jueves, 29 de junio de 2017

EL ÁRBITRO (Novela corta). Parte 3




3

 
Gamal levanta la cabeza. Respira profundamente. Se siente cómodo en esta suite de no sabe cuántos miles de dólares por noche. Ha llegado a lo máximo en su carrera. Después de este partido no podrá igualar su reputación con otro similar. Por eso hace memoria y recuerda cómo fueron sus comienzos.
El árbitro aprendió el reglamento del fútbol en un curso acelerado impartido por correspondencia. Le resultó sumamente complicado aprender toda la teoría. No le entraba en la mente. Repasaba una y otra vez los textos y no lograba entender la definición que venía en la primera página del primer tema.
El concepto de fútbol decía algo así como: “juego entre dos equipos de once jugadores cada uno”. La palabra juego le rompía los esquemas. ¿Qué podría significar? Dudaba entre si el juego posee materia tangible o si se trata de una manifestación del espíritu. Según las creencias de sus antepasados, en un universo formado por materia y espíritu no hay lugar para el juego, todo está predeterminado, incluso el camino hacia el más allá.  El espíritu es el alma del mundo y es inherente a toda creación. Si se crea una jugada nueva, se le dota de un espíritu que lleva toda el alma del mundo. Y eso no puede ser. Entonces el juego del fútbol se encarnaría en cada ser para darle un alma individual, casi divina.
Por otro lado —anotaba Gamal en su diario— los jugadores han de tener un alma, y esa alma debe ser tratada como tal, teniendo en cuenta todas sus particularidades y singulares manifestaciones. Incluso el público aficionado ha de tener su alma individual y su alma colectiva, ésta última ha de ser un alma que recoja las sensaciones generales de la masa y la moralidad de las virtudes, o flaqueza de las mezquindades. Pero el juego es sí ha de estar carente de la más sublime característica de los hombres, debe ser sólo un compendio de normas que se cumplan escrupulosamente.
Después, el texto definitorio seguía diciendo: “cuya finalidad es hacer entrar un balón en una portería que defiende cada uno de los bandos, impulsándolo conforme a determinada reglas”. Esto último fue lo terriblemente complejo para Gamal. En aquel momento comenzaron a inquietarle las dudas que en algunos instantes le asaltaban como beduinos desarrapados y le robaban el sueño. Cómo comprender bien lo que expresa cada regla. Cómo interpretarlas en milésimas de segundo mientras sucede la acción. Cómo acertar siempre con la decisión correcta. Todas esas preguntas no tenían una respuesta clara.
Al principio de sus estudios le atosigaron tanto las dudas, que estuvo a punto de caer en una depresión y de abandonar para siempre la idea de ser árbitro. Todo cambió el día en que fue iluminado por un rayo divino mientras dormitaba debajo de una palmera. Aquel día de verano el sol se desmayaba sobre las arenas como un manto de fuego. Gamal notó que su cuerpo era traspasado por un rayo de luz venido del más allá, desde la confluencia de las estrellas de la constelación de Orión, donde algunos soñadores localizan el origen de la enigmática civilización egipcia. Y percibió que en su mente se habilitaban todos los mecanismos necesarios para comprender la naturaleza de su función más deseada. Su razón estaba preparada para hacer perfectamente viables sus intenciones de convertirse en un árbitro singular.
Ahora Gamal recuerda aquel momento con nostalgia. Anota en su diario lo que pensó después de apoyar su espalda en el tronco de la palmera y ser consciente de lo que le había sucedido. Recordó que, desde los remotos tiempos de la antigüedad, en los legados trasmitidos, de generación en generación, por sus antepasados, había llegado hasta sus días la grandiosa idea de la caridad. La moral egipcia consagra ese valor con mayúsculas. Y subrayó esa palabra en su mente: caridad. La consideró la idea más importante encontrada en los textos antiguos. —Así que —se dijo mientras masticaba un dátil maduro— debo ejercer la caridad con los equipos desfavorecidos y con los limitados. Tampoco debo menospreciar a los equipos que ejerzan su caridad conmigo.
Transcurrieron los meses y a medida que fue estudiando los cuadernos que le enviaban desde la FIFA, pudo conocer algo sobre la historia del fútbol. Tuvo constancia de que los juegos de pelota eran populares en China y otros países asiáticos ya en los siglos III y IV de la era cristiana. Supo que los soldados romanos practicaron una modalidad de fútbol llamada harpastum y que hay evidencias de juegos parecidos en la antigüedad de naciones como Grecia, México y Japón. También conoció que se considera el gioco del calcio practicado durante el renacimiento italiano como antecedente del fútbol actual. Aunque hay que considerar los orígenes del juego, tal y como lo conocemos hoy, en colegios ingleses durante el siglo XVII. Y fue el 26 de octubre de 1863 cuando en Londres nació el primer organismo que encauza este deporte: Foot-ball Association, le llamaron.
Esta última teoría le pareció más entretenida a Gamal. Le trasmitió los fundamentos y base de las reglas ordinarias básicas. Posteriormente conoció otras cosas que no lo eran tanto y que le causaron una sensación inquietante: la filosofía actual del fútbol, su entorno mediático, el dinero y los intereses que se mueven dentro del firmamento futbolero. Todo un mundo de presiones y de comercio alejado de lo que él entendía como deporte.
A lo largo de los meses se había hecho una idea general de todo lo relacionado con el fútbol. Con todo ese bagaje cultural dio por terminada su formación académica y lo celebró con una gran cena de cordero asado tras recibir el diploma que lo acreditaba como árbitro.
El siguiente paso fue la práctica de lo aprendido. Esto le resultó más sencillo. Todos los días iba al arenal de su aldea y observaba el juego de sus paisanos. Lo hacía entre la nebulosa de polvo que levantaban las tormentas de arena. Un día le pidieron que arbitrara y se atrevió después de pensárselo un poco. Después se hizo habitual el hecho de que él fuese el encargado de pitar los partidos. Para facilitar la tarea se fabricó un silbato con cañas que pulió y agujereó convenientemente. En ocasiones era muy difícil ver las líneas que marcaban en el terreno mediante un surco labrado con una vara de olivo. Por eso se acostumbró a señalar fueras de juego al más leve movimiento de los delanteros.
Su fama como árbitro fue conociéndose por las aldeas vecinas. A menudo le invitaban a pitar partidos de competición entre pueblos de distintas provincias y eso hizo que le acreditaran en la federación. A los pocos años le ascendieron de categoría y pasó de las divisiones regionales a las nacionales. De ese modo pudo conocer gran parte del país que hasta entonces ignoraba. Le fue cogiendo gusto a la labor arbitral. No sólo le suponía una gratificación para su ego personal sino que también le permitía hacer turismo por la geografía de la nación de los faraones. Todo marchaba bien y pronto se vio arbitrando los partidos más importantes de la competición egipcia.



CONTINUARÁ...

NOVELA CORTA
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Mariano Valverde Ruiz (c)



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