lunes, 19 de diciembre de 2016

EXCURSIÓN


EXCURSIÓN


Recuerdo con nostalgia la única excursión
que hicimos en la escuela de Las Norias.
Subimos por caminos y veredas
hasta las cuevas de los zorros.
Íbamos entre jaras, espartos y espliegos,
aprendiendo los nombres de las plantas.
El maestro nos daba otras visiones
del reino de la luz de las montañas,
de la tierra, del cielo, del aroma
de tomillos y romeros, de la vida.
Comprendí que era parte del entorno,
un pequeño guijarro insignificante
a merced de la lluvia y del aire.
Pero también sentí el estímulo
de la curiosidad por el conocimiento.
Debajo de mi piel bullía un alma
de joven escorpión con pinzas de papel
que quería atrapar las sensaciones
que la vida brindara a mis sentidos.


(La intimidad del pardillo)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)

DIAPOSITIVA


DIAPOSITIVA


La noticia del paso de los novios
tras su boda en la ermita de Altobordo
por la senda de lona moteada
que unía los extremos de mi campo,
era esperada siempre por la infancia
que perdí en el crepúsculo de los años sesenta.
Yo subía el camino pedregoso
que iba desde mi casa hasta la arena del asfalto
con una caña y un trapo de color.
Después de colocar mi señal y bandera
al filo de la grava
esperaba durante largas horas
el sonido metálico del vehículo.
Cuando se aproximaba el coche
con las ventanillas abiertas
se cruzaban igual que diamantes de oro
las blancas claridades de los recién casados
y la sonrisa etérea de mi felicidad.
Sus manos arrojaban dulces y golosinas
envueltas en papeles de sedas arcoíris,
caían como pájaros de crema
exóticos regalos y bizcochos de miel.
Aquel vuelo de luces prodigiosas
poseía los brillos de las constelaciones
que cada noche eran metáforas de sueños
aprendiendo a vivir
sobre la opacidad de mi pobreza.


(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)


miércoles, 7 de diciembre de 2016

TRIGALES


TRIGALES


En los años sesenta, trigales y barbechos
cubrían el paisaje del valle que surcaba
cuando iba a la escuela,
el mismo donde ahora
no brillan las luciérnagas.
El horizonte alzaba su fiel nomenclatura
sobre plantas y objetos,
definía el color de aquella luz
con la cara de abril en las entrañas.
El sol y los cereales modulaban sin prisa
las líneas del tiempo.
En mayo, las espigas del trigal
decoraban el aire
con sus penachos de oro.
Desde la cumbre de los cielos,
el sol iba ganando la reyerta
que mantenía el trigo con su aroma.
El levante dormía entre las malvas
para ahuyentar al hambre y a las hormigas.
Cada día era nuevo. Y durante el camino
la sed secaba mi garganta
igual que a una hierba
que crecía con los destellos
del cereal maduro. Era sed de palabras.


(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)


jueves, 1 de diciembre de 2016

LA CASA DE LAS NORIAS


LA CASA DE LAS NORIAS


Hoy recorro la misma senda umbrosa
que me llevaba desde los colegios
hasta la vieja casa de mi abuela materna.
Cuando llego al lugar, un campo polvoriento
da forma al horizonte entre collares
de matojos resecos. Todo es muy diferente
a como lo veía con los ojos
de mis primeros años.
Los perros ya no aúllan,
ni hay un búho en la leñera
junto al pozo excavado a pico y pala
del que se derramaba el milagro del suelo.
Tampoco queda rastro de la noria,
ni del hilo de plata que llevaba a la huerta,
ni de la biografía del abuelo
que jamás conocí. Fueron muy pocas veces
las que crucé el camino
que unía las escuelas de Las Norias
con la casa de piedra donde nació mi madre.
Quizá no fuese por mi culpa.
Y la luz fatigada del pasado
se pierde entre los surcos del recuerdo
al igual que la imagen
de aquella abuela silenciosa,
tan ajena a mis días y a mis noches.


(La intimidad del pardillo)
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Mariano Valverde Ruiz (c)