lunes, 28 de abril de 2014

REMEMBRANZA



REMEMBRANZA

El mar goza tu nombre
con la cresta de la ola.
Redime su prodigio.
También su trascendencia.
Los recuerdos de besos azulados
-siempre esperando ser escritos con sintaxis
de cazador furtivo-
vuelven a profanar los embriones del tiempo,
regresan a mí como agua marina,
componen una canción de labios rojos:
son puro manantial que rememora.

Toda la mar se mueve con nostalgia:
es sutil oleaje
que moja los sonetos escritos en la arena
bajo noches de luna y erotismo.
El agua adquiere formas deseadas
que condicionan cada pulsión de mis hormonas.

Me quedaría aquí eternamente
para restaurar las luces del tiempo
que alumbraron los besos olvidados.


(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c) 

jueves, 24 de abril de 2014

FRUTA AMARGA de Fran J. Marber




FRUTA AMARGA
Novela de Fran J. Marber
ECU NARRATIVA
Editorial Club Universitario
2014

Una mano tendida sobre la nieve. Una manzana que rueda por el suelo con la muerte ya marcada en el hueco de la mordedura. El eco de una risa malévola atrapada en el espejo. Las palabras y las imágenes que fluyen y te van llevando hacia un mundo donde la realidad no es lo que parece, ni la fantasía que imaginas tiene un sentido previsible. Sólo sabes que es literatura, un universo excelso y maravilloso que te atrapa en la inocencia que nunca perdiste, en la simbología de la belleza, y en la autenticidad de los sentimientos humanos.

Has leído las primeras páginas y ya tienes claro que no dejarás de pasar las páginas para ir descubriendo, tras la negra tinta de las palabras, cuál es el color de la aventura, del amor, de la tragedia… A partir de un conocido cuento de los Hermanos Grimm, Fran J. Marber nos sorprende con una novela que te hará volver a disfrutar de la sugerencia y de la sutileza con que se visten sus palabras.

Fruta amarga llega a los lectores como un cuento que te envuelve en otro cuento y que a su vez puede convertirse en un nuevo cuento. Todo depende de la imaginación o de la inocencia de quien se interne en sus páginas. Con estilo directo, libre de excesivos adornos estilísticos, Fran J. Marber nos entrega su prosa fluida, clara y armónica, en un juego literario en que nada sobra y nada falta. El autor nos acerca de nuevo a la infancia, nos devuelve la visión purísima de unos ojos inocentes en su personaje principal, hace posible que los resortes de la sentimentalidad dejen libres las mentes para llevarnos hacia un final sorprendente.

Fruta amarga es una novela para todos los públicos. Una novela en manos del destino. Es muy probable que como lector seas víctima de la magia de las palabras, pero ése es un riesgo que correrás con gusto, el peligro de no saber qué te ocurrirá si comienzas a leer un diario que dormía bajo llave, y descubres que, en sus páginas, se cuenta lo que te espera en la vida. Igual que a su protagonista.

La nueva entrega de Fran J. Marber, se suma a novelas de gran éxito como: El tercer clavo, Gusanos de seda, La página 64, El llamador de Ángeles o El juego de la Oca, todas ellas editadas en ECU Narrativa en los últimos años. Novelas que han nacido en espléndidas presentaciones realizadas en la ciudad de Lorca, puestas en escena con presencia de todas las artes, y con un alarde del don del misterio y la naturalidad que atesora su autor, un valor seguro en la nueva narrativa española.

Cuando escribo estas palabras es Martes Santo, una luna roja ha surcado el cielo la pasada noche, el azahar se ha adueñado del aire de Murcia, tengo la novela de Fran J. Marber cerca de mis ojos, una obra que ha hecho posible que las palabras cobren la importancia de los trazos de un arquitecto de sueños, y que luzcan en las páginas como el juego misterioso que la inocencia libra contra la maldad. ¡Qué bella es la vida!


Reseñas.
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Mariano Valverde Ruiz ©

ESFUERZO Y ADOLESCENCIA



ESFUERZO Y ADOLESCENCIA

Muchos os reconoceréis en las palabras de este comentario. Estoy seguro. La mayoría de los adolescentes actuales piensan que el mundo ha sido siempre así. Dan por sentado que papá y mamá tienen que darles todo lo que deseen, que es su obligación. Y piensan que el esfuerzo es un concepto que no va con su forma de ver la vida. Por más que la buena voluntad insiste, no hay forma de que se den cuenta de su gravísimo error.
Acomodados en la cultura del protectorado, desarrollan un rol egoísta del que queda totalmente excluida la idea de que hay que prepararse para enfrentarse al futuro y en algunos casos, al presente inmediato. No se plantean que el futuro se gana en el presente, en el día a día, en el esfuerzo continuado.
Muchos padres intentamos que comprendan que el día tiene 24 horas y que hay tiempo para todo: para estudiar, para los amigos, para ayudar a los padres, para la diversión y para el ocio. La dedicación a cada uno de esos tiempos ha de estar equilibrada, sin perder nunca de vista que el objetivo principal ha de ser la preparación para el futuro.
De nada sirve que se eche la culpa a la falta de perspectivas, a la sociedad, a la crisis, al paro, al gobierno. Todo eso es buscar escusas para no afrontar la realidad, que el futuro está dentro de cada uno de nosotros, y más en los jóvenes que en los que, de un modo u otro, ya tenemos la vida enfocada. Sí, las soluciones están dentro de cada uno: en el esfuerzo, en el estudio, en el conocimiento, en la imaginación, en la creatividad.
Los que venimos de una época en la que no teníamos los medios que tienen hoy nuestros hijos, no comprendemos su forma de pensar, y nos rebelamos contra ella. Somos conscientes de que están equivocados, y porque queremos lo mejor para ellos, les repetimos una y otra vez que el bienestar no es posible sin esfuerzo.
Epicteto de Frigia decía que: acusar a los demás de los infortunios propios es un signo de falta de educación. Acusar a uno mismo demuestra que la educación ha comenzado. Por tanto, debemos preguntarnos qué hemos hecho mal en la educación de nuestros hijos cuando estos no valoran lo que tienen, ni valoran el esfuerzo como uno de los pilares fundamentales en la adquisición de su propia identidad, en su camino hacia ser personas formadas, libres y con recursos suficientes para afrontar los retos de la vida. Una vida que no se adivina fácil. Comencemos por hacerles ver que cada cosa, por simple y pequeña que sea, les debe costar un esfuerzo.

ARTÍCULOS DE OPINIÓN
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Mariano Valverde Ruiz ©           

miércoles, 23 de abril de 2014

AGUA MARINA



Olvidamos las manos temblorosas
y la sombra remota del pasado
sobre el lienzo del agua.
Los brazos, aún hirviendo, rodearon
nuestros cuerpos con lazos invisibles.
Circuló la ternura, boca a boca,
añil y repentina, creó sueños inefables.

Supimos que algo nuevo
nacía y se inundaba lentamente
con cada pleamar de luna clara
junto al dorso de dos almas gemelas.

No temblamos al ver que la aventura
dejaba en la marina y bajo el sol
la arena azul de nuestros besos.

Y es que mar y silencio,
cómplices reservados
de los amantes, prestan su destello
cuando los corazones
aún luchan por romper
las cadenas impuestas del destino.


(El deseo o la luz. Ed. Universidad de Murcia)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)

martes, 22 de abril de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog. Parte 27)



27


La madrugada madrileña ha hecho que descienda toda la polución del aire y ahora una densa niebla cubre las calles. Fernando camina apoyándose en su cayado como si fuese el bastón de mando del equilibrio. Una punta metálica origina un peculiar sonido sobre la acera. El rítmico golpeteo del cayado del viejo sobre las losas retumba en las paredes que hacen de pantalla aceleradora de las ondas.
Marc comienza a sospechar que el viejo le sigue. Siente cómo una ráfaga de inquietud cruza por su mente y luego se disipa en milésimas de segundo. La experiencia que ha vivido hace una hora le mantiene en guardia ante cualquier movimiento. Luego se tranquiliza y piensa que debe de ser pura casualidad que el anciano con aspecto misterioso siga su mismo rumbo.
Fernando respira profundamente y el aire confecciona un arco de bruma delante de su figura que deja dispuesta una flecha de vaho que se eleva al cielo. Camina lentamente sin perder de vista la lejana espalda de Marc que ahora gira hacia la derecha y entra en otra calle. El viejo sigue golpeando la acera con su cayado, lo hace cada vez con más fuerza, como si quisiese despertar al demonio que dormita bajo el subsuelo de Madrid. El sonido resuena sobre las losas de la acera como el de un pelotón de fusilamiento al que se le atrasaron algunos mosquetones tras la orden de fuego.
Por la mente de Fernando se cruzan ahora las notas del bolero: “la fuente se ha secado, las azucenas están marchitas, en el camino verde, camino verde, que va  a la ermita”.  Luego los pensamientos se van al terreno comparativo y enfrentan la realidad con su vida. Cree que su vida ha sido un extraño camino de azares y de sorpresas, un tránsito con más sombras que luces. La gente como el que va delante han tenido mucho que ver en su desgracia y en su soledad: no ha conseguido la felicidad, ni el amor, ni la fama, ni siquiera la realización completa en su trabajo.
El viejo actor recuerda que durante los años setenta fue su mejor época. En todos los pueblos se contrataban revistas y actores cómicos. El despegue de aquella peculiar forma de espectáculo tuvo lugar a finales de la década de los sesenta, la gente llenaba los teatros para ver a las coristas y a las vedetes, y para reírse del prójimo con los chistes de los cómicos sobre paletos, maricones, políticos y matrimonios. Durante años el trabajo estuvo asegurado.
 Y también recuerda con amargura cómo a finales de los ochenta comenzó el declive. Los buenos tiempos terminaron de repente. La gente se aburrió de los espectáculos  chabacanos y comenzó a demandar teatro del bueno, el teatro que la libertad y la democracia permitían llevar a los escenarios. Él no servía para interpretar los papeles dramáticos. En los momentos de máxima tensión siempre le salía su vis cómica y por eso le rechazaban en todos los casting a los que se presentaba.
Comenzó a deambular sin rumbo fijo pidiendo pequeñas actuaciones en cafés, teatros de barrio, bares. Se acostumbró a ir de un pueblo a otro del extrarradio madrileño y de un barrio a otro de la capital. Iba contado algunos de los chistes ya gastados por el tiempo, monólogos e historias que el cambio de modos de ver las cosas y los hábitos modernos, habían dejado obsoletos. No supo adaptar su humor a la nueva realidad y se encontró con problemas, hasta ese momento, insospechados para él, un cómico que había estado acostumbrado a sortear las imposiciones de la censura, y la policía social, en tiempos del franquismo.
En una localidad del cinturón sur de Madrid se vio inmerso en una denuncia de una asociación feminista por contar unos chistes machistas y repugnantes. En un pueblo de la provincia de Toledo fue denunciado por una asociación de gays y lesbianas por trato degradante hacia la legítima opción sexual. En Navalcarnero fue demandado por el partido gobernante en el municipio por herir el honor de los políticos y hacer escarnio público de su función. En pocos años se vio acorralado por la maquinaria judicial y tuvo que estar más pendiente de sus citas ante el juez que de actuar en público. Con el correr del tiempo perdió todos los pleitos porque tampoco tuvo suerte con los abogados de oficio que le tocaron. Los juzgados y los demandantes le sacaron el poco dinero que iba ganando en aquellos locales cuyos dueños se mantenían fieles a su desdicha y le contrataban, más por caridad, que por el efecto que sus actuaciones producían en el público. Poco a poco se fue dando por vencido y dejó de luchar. En muchas ocasiones malvivía gracias a los servicios sociales y a la ayuda de un amigo de la infancia, párroco de una iglesia en Leganés, que le daba de comer.
Las crisis de los ochenta primero, y del noventa y dos después, también le pasaron factura. No pudo cobrar algunas deudas de trabajo que varios empresarios, aduciendo que la cosa estaba mal, dejaron de satisfacerle. En la mayoría de los casos se trataba de acuerdos verbales, sin papeles de por medio, nada oficial. En consecuencia, no pudo recurrir a la justicia, ni tampoco a la presión física, porque aquellos empresarios se volatilizaron o cambiaron de ciudad para seguir con otros negocios. Inmerso en estos pensamientos, Fernando ve que Marc se detiene en seco.
El agente de artistas y ocasional actor porno parece una estatua en medio de la acera. Un segundo rayo de inquietud le ha alcanzado, y esta vez, se ha quedado en el interior de su subconsciente, le ha obligado a pararse, y a volver la cabeza para comprobar si el viejo actor aún está ahí. Los sonidos del golpeteo del cayado de Fernando le comienzan a alarmar. Mira hacia atrás y ve la figura del viejo acercándose. Parece que le mira a los ojos. Nota en su mirada un odio ancestral que le perfora la piel y los sentidos. Siente miedo. Mucho miedo. Es un espectro salido de las tinieblas que le persigue para ajustarle las cuentas a su conciencia de simio especulador y mentiroso. Marc decide aumentar el ritmo de sus pasos. Quiere huir de sus fantasmas.
 Fernando le sigue sin apartar la vista ni un instante del relieve brumoso en que ahora se está convirtiendo la figura de Marc.  Ve que éste toma por una calle que él conoce y que, después de hacer una U, vuelve a salir a pocos metros de donde se encuentra en este momento. Aminora sus pasos y observa cómo, con celeridad y nerviosismo, la imagen de Marc se pierde a lo lejos. Entonces, Fernando cambia de dirección, se dirige con decisión hacia la esquina contraria de la calle “cementerio de los artistas” (los vecinos de Chueca la llaman así porque está llena de antiguas pensiones de los años cuarenta y cincuenta que frecuentaban los artistas de posguerra).
Fernando siente un tremendo escalofrío y comienza a cantar con un amargo sabor en la boca:

Hoy he vuelto a pasar
por aquel camino verde
y por el valle se pierde
toda mi felicidad.
Hoy he vuelto a gravar
nuestros nombres en la encina
he subido a la colina
y ahí me he puesto a llorar.

Fernando recuerda cómo supo que su amor eterno no sólo se había llevado todo su dinero, sino que también le estaba engañando con su representante, y que fue éste quien le sugirió a su amada la idea de marcharse a las américas. Lo supo por la carta que desde Argentina le mandó un amigo que había viajado con la Compañía Nacional de Teatro para representar Don Juan Tenorio en la ciudad de la plata. Le contaba en la carta que encontró a su novia en un cabaret del puerto. Tras tomar unas copas con ella, se le soltó la lengua y le contó su vida. Le dijo que el representante con quién hizo el viaje a América la abandonó cuando se acabó el dinero, que ella consiguió engatusar después a un rico ganadero, y que éste, mientras no la descubrió retozando con uno de sus gauchos, la estuvo manteniendo y dándole todos los caprichos que le pidió.
Fernando ha seguido caminando mientras recordaba y lo ha hecho con la vista fija en la esquina de la calle. La noche está ahora en esos momentos en que la oscuridad es casi completa. El cielo está totalmente cubierto y comienzan a caer algunas gotas de lluvia, primero aisladamente, luego con regularidad, hasta salpicar la calle con pequeñas manchas grisáceas. Después se escucha el lento tableteo de una ametralladora pluvial que amenaza con derramar el cielo sobre las aceras. Fernando se detiene y escucha cómo se van acercando unos pasos acelerados. Suenan a miedo. A cobardía. El viejo actor supone que esos pasos son los sonidos que traen hasta él todo el cuerpo de Marc Foster. Fernando pasa el cayado de su mano derecha a su mano izquierda. Mete la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta. Da tres pasos hasta colocarse justo a un paso de la boca de la calle. Y se detiene. No necesita más.
Al volver la esquina Marc se encuentra de frente a Fernando. La mirada fría del viejo le taladra como un berbiquí. Se detiene totalmente sorprendido por la para él inexplicable aparición del hombre que le seguía por su espalda. El miedo y la angustia le hacen girar de improviso. Echa a correr hacia la otra acera mientras mira constantemente hacia atrás, está magnetizado por la mirada asesina de Fernando.
Marc no ve por dónde va. Sólo ve que una mano gigantesca se alarga e intenta atraparle por el cuello, una mano ruda y venosa, una mano de gangrena y ceniza que se aferra a su piel como una lapa de acero. En su locura, en su huida desesperada, tropieza en la valla de una obra situada junto a la acera de la esquina a la que se dirigía, y cae en un socavón abierto en la calzada. Marc se golpea la cabeza contra unos hierros de forjado que se elevaban desde el suelo hacia el cielo como cuchillos de espanto salidos del infierno. Varias de las cabillas de hierro se le clavan en el costado y en una pierna pero no le afectan ninguna zona vital. Sin embargo, el hierro más afilado y que sobresalía de los demás algo más de un palmo, le atraviesa el cráneo como una lanza justiciera, entrándole por la zona parietal y saliéndole por la cavidad ocular del ojo derecho. La muerte es instantánea.
Fernando ha observado la huida mientras seguía caminando lentamente en la dirección en que Marc se alejaba. Ahora llega hasta el socavón, se asoma y ve el cuerpo del actor ensartado en la concha de la obra como si de la carne de un mejillón se tratase. Después de mirarle con detenimiento durante unos instantes, Fernando siente una especie de paz que le inunda las venas como un árnica de tila y sosiego. No le ve respirar. Sabe que está muerto. En ese instante, suelta la empuñadura de la pistola y saca la mano derecha del bolsillo de su chaqueta.
El agua ha caído con fuerza durante unos minutos pero ahora ha dejado de llover. La calle está humedecida por el líquido elemento. En los portales se atesora un minúsculo reducto del aire de la noche. El cielo se va abriendo y una tímida claridad va venciendo a la sombra. En el entorno de los dos personajes solitarios, uno con la soledad de la muerte y el otro con la muerte misma, fulgura el alma de un silencio aterrador, un clímax dramático extraído de otro mundo, de otra realidad.
El viejo cómico gira la cabeza y comienza a caminar con la mirada puesta en los siguientes metros que va a recorrer. Fernando Gómez piensa en Inocencio y su alocada juventud, llena de utopías y de anhelos. Le recuerda con ternura, con indulgencia acaso. Se pregunta qué habrá sucedido en la relación que mantiene con Marlén, si se habrán entendido después de lo ocurrido esta noche, si habrá triunfado el amor. Al menos, y lo piensa con alegría, el joven doblador de películas de dibujos animados puede ahora realizar el papel de su vida: Macbeth. Tiene el camino franco para hacerlo y puede intentar que su bella pareja aspire a ser la Lady Macbeth que necesita. ¡Gloria al teatro por siempre!
Mientras camina, Fernando desea suerte al joven actor y hace votos por su futuro. En el fondo considera que Inocencio es un hombre fiel a sí mismo. Recuerda que la fidelidad a uno mismo es el camino menos sinuoso para poder llegar a conocerse, y el más directo para alcanzar una felicidad puntual y efímera, porque la felicidad total no existe, él bien que lo sabe. Un repentino escalofrío le sacude de arriba hasta abajo como si todo el hielo del antártico le hubiese caído encima en ese instante. Se encoge dentro de su chaqueta y apoyado en su cayado alisa la humedad que las gotas de lluvia habían hecho germinar en su género, intenta sentir algo de calor en su gélido cuerpo. Mira a su alrededor y cambia de dirección distraídamente, como si nada hubiese sucedido.  
La sirena de una ambulancia se escucha a lo lejos y al fondo de la calle las luces de un camión de la basura parpadean con la aquiescencia de las tonalidades de los  colores amarillos y grises. El viejo sigue caminando en dirección a la otra calle, la que lleva directamente hasta el olvido.  Se escucha el rítmico golpeo del cayado sobre el suelo. El acero y la piedra chocan, se cantan canciones de entretiempo, recuerdan armonías de viejo cabaret. La figura de Fernando se va perdiendo a lo lejos entre las sombras de la noche y la sangre del alba, camina como un fantasma. Entre el silencio de las calles se escuchan unas notas dulces que embriagan las primeras luces del día que comienza a ruborizar los tejados de la gran ciudad.

Por el camino verde, camino verde, que va a la ermita, desde que te fuiste, lloran de pena las margaritas…



FIN DE LA VERSIÓN PARA EL BLOG
MUCHAS GRACIAS A TODOS POR VUESTRA ATENCIÓN Y ESPERO QUE ESTA VERSIÓN OS HAYA GUSTADO,


Novela corta
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)

martes, 15 de abril de 2014

LORCA, UNA PASIÓN DIFERENTE






LORCA, UNA PASIÓN DIFERENTE

Buscar palabras para describir lo que ocurre en la ciudad de Lorca durante la Semana Santa es recurrir al diccionario de las sensaciones, de los sentimientos y de la belleza. En pocas ciudades del planeta se vive una puesta en escena tan especial, llena de colorido, tan emotiva y tan cercana a lo que nos han transmitido, a lo largo de los siglos, las Escrituras Sagradas.
Lorca es una pasión diferente. Sus gentes, sus imágenes, sus bordados, sus carrozas, sus caballos, marcan un signo de notoriedad y de espiritualidad, difíciles de encontrar en otras partes del mundo. Cada primavera, el espíritu de la Semana Santa se hace pañuelos blancos, azules, morados y encarnados, o del color de las otras cofradías que engalanan las calles. Lorca es rivalidad, es alegría, es luz mediterránea, es la Virgen de la Amargura y es la Virgen de los Dolores. Lorca es esencia de sufrimiento y rezo centenario que sube al Calvario con el Cristo del Perdón. Lorca es silencio que cubre las calles rabaleras al paso del Cristo de la Sangre. Lorca es la Virgen de la Soledad y el Resucitado. Lorca es hebrea y es manola. Lorca es romana y es egipcia. Y Lorca, son cada uno de los rincones de los corazones que se emocionan al paso de sus imágenes y que llenan una Semana Santa cargada de procesiones de estricta religiosidad, y de Cortejos Bíblicos únicos en el mundo, donde cobra vida la historia de nuestra sentimentalidad religiosa.
Lo que se pone en escena en las calles de Lorca no se puede ver en ningún otro lugar del planeta. Es el Antiguo y el Nuevo Testamento, el que ocupa la carrera convirtiendo a la ciudad en Jerusalén. Las cofradías compiten en belleza y en singularidad en una sana rivalidad por sorprender y mejorar año tras año. Todas las figuras van ataviadas con bordados de belleza sin par que pronto serán nombrados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Los desfiles de Lorca, declarados de Interés Turístico Internacional, tienen entidad suficiente para atraer a decenas de miles de turistas que disfrutan de una Semana Santa sin parangón en otras latitudes.
En Lorca se nace Blanco o Azul. Azul o Blanco. Yo no voy a desvelar cuál es color de mi pasión. Lo hago por respeto a todas las cofradías. Ya digo, por encima de todo, se es Azul o Blanco. Y se vive la pasión con toda la intensidad que el ser humano es capaz de generar. Una pasión que hay que sentir de cerca para comprender y para apreciar la grandeza de los corazones lorquinos.
Lorca, es una pasión diferente.

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Mariano Valverde Ruiz ©   





lunes, 14 de abril de 2014

EN LLAMA


EN LLAMA


En llama de gemidos, pura lumbre,
agua y cuerpos ardiendo, sólo fuego,
brasas en rojo vivo al aire, brasas,
agua anegando piel, suspiros y aire,
ríos de luz fluyendo, sólo ríos,
viento de besos, más viento, saliva,
en los pechos locura, amazonas,
aliento roto sobre más aliento,
besos cerca del pómulo, abanicos,
vértigo, brisa, agua, sólo agua,
ojos cerrados, ojos siendo luz,
besos, silencio, besos sobre besos,
alazán de lujuria desbocado,
sin aire, sin más aire, sin aliento,
a la grupa, gemidos, a la grupa,
hasta la cumbre, hasta ser orgasmo,
suspiros, todo, toda, sólo abrazo,
silencio, calma, calma, más silencio,
suspiros, aire, tan sólo aire azul,
y luego el mar, de nuevo el mar, arena,
cielo y luna cogiéndonos la mano.


(El deseo o la luz. Ed. Universidad de Murcia)
Todos los derechos reservados
Mariano Valverde Ruiz (c)

martes, 8 de abril de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 26)



26


Marc Foster tardó bastante tiempo en recomponerse de lo sucedido en el escenario de La nuit. Había estado a punto de morir estrangulado y no salía de su escepticismo. Le costó mucho recobrar la respiración pausada y dominar su corazón hasta que el pulso adquirió presencia de normalidad. Después de que los guardias de seguridad le sacasen del escenario y le llevasen al camerino, permaneció en él hasta que le dijeron que Inocencio se había marchado con Marlén. Durante ese tiempo se bebió una botella de agua a sorbos pequeños para notar cómo pasaba el líquido por su garganta y tomar conciencia de que estaba vivo. Mientras realizaba esas acciones rutinarias no quitaba ojo a la puerta. Cuando se sintió algo más seguro salió de su escondite y aún dubitativo se fue hasta la barra, pidió un whisky doble, que acabó de un trago, y dijo al camarero que le sirviera otro y que le dejase la botella junto al vaso.
Fernando se había quedado en la sala. Conservaba su natural tranquilidad, esa serenidad que sólo ofrecen los años cuando alguien está de vuelta de todo. No tuvo oportunidad de despedirse de su amigo Inocencio. Ahora tenía otro objetivo en la mente. Sus ojos se movían sinuosamente debajo de los párpados observando con detenimiento cada uno de los movimientos del hombre que estaba al otro lado de la barra, justo en la esquina opuesta. Marc no era consciente de que unos ojos amarillos le estaban escrutando con avidez de fiera del desierto. El viejo actor iba a esperar pacientemente a que Marc abandonase su ensimismamiento alcohólico y decidiese salir a la calle.
Entre trago y trago, el tiempo fue adquiriendo la cualidad cereal del whisky por un lado y del coñac por otro. A Fernando le habían servido todo el crédito que le quedaba de los veinte euros  que Inocencio había entregado al camarero. Aquello había sucedido unos momentos antes de que comenzase el espectáculo porno y cuando el camarero vino con la vuelta, Inocencio ya estaba enzarzado en la porfía con Marc. Todo sucedió tan rápido que ni se planteó siquiera ir a dárselo en mano a la puerta de la calle.
Ahora Marc parecía tener los ojos perdidos, igual que los de un hombre al que la vida ha zarandeado demasiado fuerte después de que antes le hubiese colmado con creces su desmedida ambición. En este momento, el hombre que también se hace llamar Antoñito Oportunidades, cree que el destino le está pasando factura por los desmanes cometidos, pero que todo pasará igual que un mal sueño.
Durante los últimos meses Marc había vivido obsesionado con Marlén. Desde que la vio por primera vez en una actuación erótica en La nuit, se prometió a sí mismo que tenía que conseguirla. Había intentado abordarla y entablar conversación varias veces, pero siempre chocaba con la visión que tenía de sí mismo en comparación con la imagen de ella y no se atrevía a dar el paso. No se veía con nada especial, ni dentro ni fuera, que pudiese llamar la atención de una mujer tan bella. Sólo le quedaba la posibilidad de sorprenderla pensando a lo grande, como había hecho en otras ocasiones. Pero su situación actual era muy compleja. Tan difícil, que muchas de las ideas que se le habían ocurrido acabaron desvaneciéndose en el baúl del olvido porque no contaba con los medios monetarios para poder realizarlas.  
En los últimos tiempos las cosas no le habían ido nada bien. Había perdido casi todas las expectativas, inmediatas o a medio plazo, para obtener ingresos extraordinarios. Le habían engañado en algunos negocios. Apenas tenía dinero líquido disponible. Por tanto, intentar engatusar a Marlén tirando de tarjeta oro, con grandes regalos, viajes extraordinarios, invitaciones desmesuradas, a lo Pretty woman, era imposible.
Le quedaban pocas opciones. Y entonces se le ocurrió un último recurso. Ideó convencer al dueño de La nuit para que realizase un espectáculo porno con ella y con él de protagonistas. Le aseguró que sería un gran éxito. Que él se encargaría de la escenografía y del guión de la actuación. Y que no cobraría más que una tarifa módica, le aseguró que se sentía compensado con poder hacerle el amor a la chica y disfrutar de barra libre todas las noches durante un mes.
El dueño de La nuit aceptó la propuesta de Marc. Se puso en contacto con Marlén y le prometió una cantidad importante de dinero para el primer día y un porcentaje a convenir sobre las ventas en el segundo día. La chica estuvo de acuerdo. La cuestión estaba solucionada.
En otros tiempos todo hubiese sido mucho más fácil.
A principios del año 2000 Marc se hizo eco de lo que algunos amigos le aconsejaban: invertir en construcción. Al principio fue reuniendo las igualas que le pagaban sus representados y pidiendo algunos adelantos por pequeños contratos a las empresas audiovisuales, y a los gerentes del mundillo teatral, y después comenzó a pagar las entradas de compra de varios pisos en proceso de construcción. Lo hacía en promociones que aún estaban sobre planos y, transcurridos un par de años, los vendía directamente a las familias que buscaban vivienda obteniendo un sustancioso beneficio. El proceso le animó a acudir a la banca, de la que obtuvo préstamos personales a bajo interés, con los que aumentó el número de pisos que reservaba en las promociones.
El negocio iba muy bien.
Pero la codicia no tiene límites. Se acostumbró a un ritmo de lujo, de placer y de excesos, que le provocó una insaciable necesidad de obtener dinero fácil. Como frecuentaba los lugares más caros fue conociendo a otros muchos que como él habían dado el salto de cualquier profesión a la construcción y a la especulación. Así fue como conoció a algunos personajes que tenían buenos contactos con geste influyente del poder establecido. Los nuevos socios fundaron varias sociedades interpuestas con las que captaban capital de la banca y aportaciones de inversores poco cautos. El procedimiento era simple: se compraban terrenos no edificables a bajo precio que luego eran recalificados por los ayuntamientos; previamente se untaba a quien hiciese falta para que salieran los proyectos, y luego se publicitaban las promociones a bombo y platillo para atraer a los clientes, que como él unos años atrás, veían el panorama muy claro. Los precios no cesaban de subir y el negocio no parecía tener fin.
A finales del 2007 estalló la burbuja inmobiliaria, una ilusión creada artificialmente para que todo el mundo se endeudase y el país viviera en una situación de jauja permanente. A partir de aquel momento las cosas comenzaron a cambiar vertiginosamente. Lo que era optimismo se convirtió en pesimismo. Marc perdió el dinero de las entradas de los pisos que no había vendido. Luego no pudo hacer frente a las demandas de las promociones en que estaba inmerso. Sus empresas quebraron o fueron embargadas por la banca. Lo perdió casi todo y se vio envuelto en un mar de demandas cruzadas ante los juzgados, un sinfín de pleitos entre los hasta entonces socios. Y es que unos y otros trataban de eludir sus responsabilidades frente a las denuncias de terceros, las acusaciones de los obreros que demandaban su sueldo, los embargos de las empresas acreedoras y los litigios de los clientes que reclamaban sus derechos.
Pudo sobrevivir gracias a que guardaba una parte de dinero no declarado que no había tenido ocasión de colocar, y con él pudo comer y seguir viviendo, sin demasiadas licencias. Marc tenía la esperanza de que todo pasase pronto y de que no muy tarde volvería a colocarse en la posición que durante unos años había disfrutado. Pero los años comenzaron a pasar inexorablemente y final del túnel no se atisbaba cercano.
Entonces volvió a lo que sabía hacer: representar a artistas. Con el dinero de los actores creyó recuperar algo del brillo perdido. Sin embargo la cultura también estaba siendo afectada por la crisis. Las administraciones central, autonómica y local, recortaron los presupuestos en el capítulo dedicado a subvenciones, actos culturales, fiestas y espectáculos en general. Por otro lado, la gente tenía menos dinero en el bolsillo para gastarse en cosas que no fuesen las estrictamente necesarias para sobrevivir. Todo el mundo sabía que había que priorizar. La cultura se hundía y los actores lo estaban pasando mal. A Marc sólo le quedó intentar trapichear con otros agentes a fin de conseguir para él algunos de los papeles que, en su frustrada vocación de actor, nunca pudo hacer, y tampoco pensó que lo necesitase. Paralelamente fue haciendo pequeños chantajes monetarios a aquéllos que, no sabía cómo, se habían salvado de la quema y tenían mucho que ocultar. Su silencio valía dinero. Y había que aprovecharlo.   
Ahora, apoyado con los dos brazos en la barra de La nuit, Marc estaba tembloroso, tenía miedo. Por primera vez en su vida había visto la muerte muy de cerca. Y no se trataba de una broma macabra, ni de la fanfarronada de un bravucón de los que había achantado con la fría amenaza de llevarlo al juzgado. Le habían amenazado en muchas ocasiones pero nunca nadie le había puesto la mano encima. Ahora había sido de verdad.
Mientras los camareros limpian la barra y ordenan el local, en el otro extremo de la barra Fernando aprovecha el tiempo para recordar con tristeza una mezcla de pensamientos en los que se entremezclan dos imágenes. Por un lado, la de Ava Gardner, su mito, y por otro, la de la mujer que le abandonó en su juventud dejándole la cruz del engaño clavada en la frente. La canción que había cantado el travesti le había recordado aquella despedida de hacía casi cincuenta años: “por el camino verde, camino verde, que va a la ermita, desde que te fuiste, lloran de pena las margaritas…”

Fernando siente crecer la ira como una hiedra en su interior. Escucha cómo Marc le dice al camarero que la cuenta está pagada por su jefe. Acto seguido, el inusual actor porno, inicia el camino de salida del local hacia la calle con un ligero balanceo. Fernando se alisa la chaqueta, coge el cayado y sale detrás del representante de artistas con una idea fija en la mente.


CONTINUARÁ...

Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)

lunes, 7 de abril de 2014

SINFONÍA



SINFONÍA

Se despereza el mar junto a nosotros
y sube la marea del deseo
dentro de mis arterias.

Soy un vaivén dulzón sobre las cumbres
rosáceas que colman de lascivia tus pechos.
El pulso me relata con mesura
las páginas ignotas del suspiro
que abandonas al aire evanescente del alba.
Te busco hasta que somos sinfonía,
locura musical de almas abiertas
al lujurioso envite de las caricias,
cama de besos, agua y ebria lengua.
Me convierto en jinete de tus senos,
un tiovivo carnal que rodea los vértices,
los mima, los eleva, les confiere dureza.
Nos entregamos como peces locos
a gemidos de luz sobre las sombras
hasta ser un destello nacarado.

Luego se abre el abismo del cansancio
y caemos a un mar de rocío que baña
dos cuerpos enlazados con saliva.


(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio)
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Mariano Valverde Ruiz (c)

jueves, 3 de abril de 2014

SIN ESCAPATORIA(Versión blog, Parte 25)



25

Tras unos minutos de confusión en los que la fuerza de los golpes hizo perder el conocimiento a Inocencio, ahora se ve en la puerta del local, sujetado fuertemente de los brazos por los vigilantes de seguridad. Malén está a su lado, ya vestida de calle y habla, un tanto aturdida pero con mucha convicción, al dueño del local.
El dueño de La nuit es un señor bastante obeso y entrado en años. En su cara destaca un gran bigote de estilo mejicano que a menudo le hace cosquillas en la nariz y que se frota constantemente. El hombre escucha a Marlén con una media sonrisa de sorna y otra media de  maldad y de egoísmo. La joven intenta convencerle de que no llame a la policía, le dice que a fin de cuentas no ha sucedido nada grave, ni ha habido desperfectos en el local. Marlén argumenta que los espectadores han tomado la refriega como si se tratase de parte del espectáculo y que se han divertido mucho. Le insiste en que ella se ocupará de resolver el problema surgido entre Inocencio y Antoñito (Marc Foster en realidad), y que si de verdad considera que ha tenido alguna pérdida, por pequeña que sea, ella se encargará de satisfacer sus deseos.
El dueño de La nuit mueve la cabeza en signo negativo. La chica persevera, dirige fijamente la mirada a los ojos de la morsa bigotuda que tiene delante y le dice que en lo concerniente al dinero que le corresponda por su actuación, puede restarle las posibles pérdidas económicas ocasionadas. El dueño del local le contesta que claro que sí, que descontará las consumiciones de los clientes que aprovechando el tumulto se han marchado sin pagar; que hay que sumar a eso el coste de la mala imagen ofrecida y las pérdidas de entradas futuras; que también se tienen que considerar los daños morales sufridos por los clientes que han visto una exhibición de violencia. Y por último, tiene que añadir las cantidades que sus abogados le indiquen mañana cuando vaya a consultarles la posible interposición de una demanda contra su amigo.
Marlén se ve sobrepasada por las pretensiones de su ocasional jefe, le ruega comprensión y acaba convenciéndolo para que no haga nada hasta que ella pueda entrevistarse en privado con él, a la tarde siguiente. Una sonrisa que deja entrever unos dientes amarillos y húmedos se dibuja en la boca del empresario del espectáculo, que asiente con la cabeza. Entonces la novia de Inocencio se dirige con premura a su maltrecho doblador de dibujos animados. Los vigilantes acaban de soltarlo y éste se ha quedado apoyado en la pared como si fuese un poste del tendido eléctrico al que le han desconectado los cables.
—Vámonos a mi casa, Inocencio.
—A ese tipo…A ese tipo… —balbuceaba Inocencio intentando hacer ademanes de fuerza sin apenas poderse mantener en pie.
—Olvídalo. Yo estoy aquí, contigo. Vámonos a mi casa, te repito. Te prepararé algo de comer y un té. Y descansarás un poco. Estás muy tenso y demasiado estresado. ¡Venga! Llamaré a un taxi y nos vamos.
Inocencio se calmó al escuchar la voz modulada de Marlén que le sonaba con un fondo de violines celestiales. Se puso en marcha con dificultad. Uno de los taxis que pasaban se detuvo ante las indicaciones de la chica y cambió su banderín de verde a amarillo. La pareja subió al coche y éste salió camino de la dirección que la joven le había indicado. Inocencio estaba sentado con la cabeza echada hacia atrás y la mano apoyada en el mentón. Ella se acurrucó sobre su pecho. Y él comenzó a quejarse de los golpes que había recibido. Apenas hablaron durante el camino.
Unos minutos después, al llegar cerca del portal donde se ubicaba el piso de Marlén, el coche se detuvo. Los dos jóvenes bajaron del taxi con mucho esfuerzo, ya que ella tuvo que ayudar a Inocencio, que posteriormente, apoyado en los hombros de la chica y en la pared, fue subiendo por las escaleras hasta tener frente a sí la puerta del segundo izquierda. Cuando entraron al piso, Inocencio se derrumbó sobre el sofá como si de un castillo de naipes se tratara. Marlén fue a traer una bolsa de hielo, puso agua a calentar para dos tés y volvió con las tazas, y unos cubitos de hielo.
—Tengo que preguntártelo, así que no me andaré con rodeos. ¿Me la estás dando con ese mequetrefe, con ese trípode engominado?— dijo Inocencio mientras sentía el frío reparador del hielo sobre sus mejillas.
—Cómo te atreves siquiera a preguntármelo. Pues claro que no. No le conocí hasta anteayer, cuando me lo presentó el jefe dentro del camerino.
—¿No lo habías visto antes?
—No. Nunca.
—¿Y por qué no has contestado a las llamadas que te he hecho?
—Porque no sabía cómo decirte qué tipo de trabajo iba a hacer. Confiaba en que pasara sin que te enteraras.
—¿No me iba a enterar?
—Me dijeron que serían sólo dos pases en días sucesivos, que el público se cansa pronto del mismo espectáculo. Yo acepté porque necesito el dinero y además no está mal pagado. Ya sabes, el piso, comer, vestuario, vivir, peluquería, manicura, estética, etc. Tengo muchos gastos.
—No acabas de convencerme. Ese villancejo te miraba con una ansiedad brutal. Se le veía a lo lejos una extremidad de paquidermo en celo predispuesta desde hace mucho tiempo a medrar en tu selva. No me equivoco. ¡Y mira quién iba a ser!
—Yo no he hecho nada por lo que tú te debas sentir mal.
—¿ No?...Ese minúsculo berberecho baboso y cejijunto es mi representante. O mejor dicho, era mi representante, porque cuando le vuelva a poner las manos encima va dejar de serlo. Ése me ha robado el papel de mi vida, el Macbeth del próximo festival del barrio. Y no se lo perdono.
—No seas cabezón. Te digo que no tengo nada con él. ¿No estarás celoso? ¡Ay mi amor! Sí, estás celosito.
—¿Celoso yo? Ni de coña.
—Entonces a qué viene esa reacción tan estrambótica y desmesurada que has tenido esta noche.
—Hay reacciones que sería conveniente atribuir al influjo inexplicable del amor, por muy doloroso que sea. Ya sabemos el poder que tiene Eros, que casi siempre maneja nuestros impulsos. Pero hoy, yo creo que lo que me ha sucedido ha sido consecuencia de una mezcla de odio y de venganza. Ese hombrecillo estaba disfrutando de todo lo que yo más quería y riéndose en mi cara. Estaba tomando lo mío sin pedir permiso.
—Yo no soy de tu propiedad. Te lo digo con firmeza. Yo sólo soy mía.
—Quizá haya ido demasiado lejos. A veces los hombres somos víctimas de los designios de los dioses que van en contra de los mortales humildes, como yo, y nos encontramos de cara situaciones en las que resulta imposible rebelarse contra el destino que nos aguarda con un hacha en la mano.
—Todos estamos en el teatro del mundo. Ya lo sabes. Somos actores de una obra cuyo argumento no conocemos, ni tampoco conocemos cuándo hemos de salir de escena con un mutis insignificante, aunque sí sabemos cuál será el final.
—No intentes cambiar de conversación —dijo Inocencio—. Contéstame: ¿Me quieres o no? ¿Me engañas o no? Ésas son las dos cuestiones que me interesan.
—¿Engañarte? Ya te he dicho que no. Los sentimientos están por encima de lo que es meramente carnal. Puro teatro, festival de la carne, y tal vez de los sentidos, pero nada más. En relación a la otra pregunta, a la sentimentalidad del amor, estoy valorando las cosas que tú me aportas.
—¿Me quieres o no?
—Pues la verdad es que no sé si esto que siento por ti es quererte o no. Dejemos que el tiempo lo decida.
—Me duele mucho la cabeza. Estoy maltrecho y agotado. No me hagas reflexiones filosóficas ahora. Ni me plantees dudas existenciales.
—¿Qué quieres que te diga? ¡Melocotoncito mío! Quieres que te cuente que me ha impresionado mucho lo que has hecho hoy por mí, porque aunque tú me digas que le tenías ganas a ese tipo por no sé qué te ha quitado, lo cierto es que yo pienso que te has portado como un animal, y que si hubiese sido cualquier otro, también te habrías tirado a por él como un salvaje prehistórico. ¿Y si quieres que te diga eso? Pues te lo digo. Ea…Te digo que comienzo a sentirme especial contigo.
»Después de tantas experiencias desagradables, después de haberme sentido usada por muchos, después de ir arrastrándome de cabaret en cabaret, de función en función haciendo cualquier cosa que me dejasen interpretar; después de haberme esmerado con todo tipo de artes, no he conseguido lo que quería. ¿Sin embargo contigo?... Y no es que tú seas demasiado romántico o muy detallista o estés siempre dispuesto para escuchar los latidos de mi alma femenina, los pulsos de mi corazón inseguro. No es que sepas comprender mis altibajos hormonales o mi cambiante estado de ánimo, ni que sepas interpretar mis caprichos o sepas darme lo que no te pido, pues eso es precisamente lo que quiero que me des, que me des lo que pienso y no lo que te reclamo. Así somos algunas mujeres. Que tampoco digo yo que lo sean todas.
»Mira… te voy a decir…¿te estás durmiendo?... no, ya veo que no. Mira y escucha… abre los ojos…Yo soñaba con alguien especial. Un día que había entrado al teatro de jovencita con unas amigas y representaban Romeo y Julieta, yo soñé con un Romeo que me entendiera, que fuese por delante de mis deseos, que adivinara lo que yo iba a pensar antes de que lo pensase y me dijese lo que yo quisiera oír.
»Después empecé a conformarme con encontrar un personaje del teatro de Valle Inclán adaptado a nuestro tiempo, alguien que fuese muy irónico, inteligente, brillante con las palabras y con el dominio de las situaciones, sagaz, crítico y, si era necesario, pudiese comportarse como un ser esperpéntico en sus formas de actuar, y en su manera de entender la vida. Y no pude encontrar alguien así después de buscar y rebuscar, y de mirar incluso tras muchos armarios.
»Más tarde…cariño que te duermes…Más tarde, te digo, soñé con un mito del mundo cinematográfico, alguien así como un Cluny, o un Gere, que tuviese mucha pasta y mucho postín. Y tampoco encontré quien me hiciese el caso que yo necesitaba.
»Transcurrieron los años y mi agenda estaba demasiado llena de números que nunca contestaban, salvo unos pocos que siempre tenían el mismo tono y las mismas pretensiones. Unas pretensiones digamos, exclusivamente biológicas, de las que yo estaba cansada. Comencé a aburrirme de tantos hombres. Pasé una etapa de dudas y desconcierto en la que a veces soñaba con alguna compañera de las que encontraba en los casting. Nada más que sueños. Tú me entiendes, cariño. ¿No estarás durmiendo?...Has cerrado los ojos pero sé que me estás escuchando. Sigo… Te decía que estaba cansada de los hombres y entonces un día de aquellos en los que ensayábamos en la academia de arte dramático aquella escena de mímica, me di cuenta que tenía delante alguien diferente, auténtico, y sin darme cuenta llegaste tú, que no sé qué es lo que tienes, y como quiero conocerte me obligas a estar siempre adivinando cómo eres, y proponiendo situaciones para ver cómo reaccionas, vamos, que me mantienes siempre como a una perra con las orejas tiesas…Inocencio…Inocencio…
El actor de doblaje de dibujos animados se había quedado dormido profundamente a causa del cansancio y las emociones de una jornada poco corriente en su vida. La voz melodiosa de Marlén le había anestesiado como a un búfalo. Ahora roncaba con la cabeza reposada en el lateral del sofá. Ella se levantó, buscó una manta y le cubrió por encima arropándolo con mimo. Luego se fue haciendo un hueco junto a él y apoyó su cabeza junto al pecho del hombre. En breves minutos los dos se encontraron en el territorio de los sueños.

Por la ventana del salón, a dos metros de donde se encontraba la pareja interpretando la más grandiosa obra de teatro del género humano, comenzaban a penetrar en la habitación los tonos rojizos del alba.


CONTINUARÁ...

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HASTA QUE EL ALMA SE TE ABRA



HASTA QUE EL ALMA SE TE ABRA

Déjame que vulnere tu coraza,
que palpe el esplendor del corazón
guardado con esmero entre cerezas.
Déjame que reciba tu oleaje
de mar abierto en un lecho de arenas,
ramilletes de besos y caricias.
Déjame ser la voz que te traslade
con furor a través de los gemidos
hasta el éxtasis. Déjame ser nexo,
unión entre tu cuerpo y nuestras almas,
trovador vigoroso de tus ingles,
lanza en vuelo rasante hacia tu carne
y herirte hasta que el alma se te abra.


(El deseo o la luz. Ed. Universidad de Murcia)
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martes, 1 de abril de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, PARTE 24)



24


Un fornido empleado del local sale a escena y coloca una silla en el centro del escenario. Después desaparece con la misma celeridad con que ha realizado los movimientos precisos para que la silla quedase situada en la posición más adecuada para recibir la luz del foco principal.
Comienza a sonar el tema Con su blanca palidez en la versión original de Procol Harum. El órgano inicia lentos acordes cuando Marlén aparece por uno de los laterales vestida de enfermera. Lleva un traje blanco, corto, ajustado y muy escotado, cuyos botones centrales parecen estar a punto de salir disparados. La música llena el espacio del escenario y todos los rincones de la sala con arpegios dulces y acompasados. Marlén baila sensualmente alrededor de la silla y comienza un estriptis lento que deja totalmente en silencio a los clientes del local que la habían recibido con vítores y aplausos.
Y vuelan las manos como gasas por el aire, acariciando la piel erizada, manos como estrellas que se apagan y vuelven a lucir destellantes, palomas que se van y que vuelven a revolotear junto a la respiración de la joven, manos que abren el vestido, que dejan a la luz las laderas de la lujuria y el valle del fuego, manos que señalan ligeramente un cono volcánico con perlas nacaradas, manos que sueltan los lazos del edén y los dejan a la luz de los focos como botones de pera tersos y azafranados; pensamientos que divagan y corrompen las mentes de los hombres que la observan rizar el cielo, los hombres excitados que codiciosos salivan y degustan dentro de sus bocas el néctar gelatinoso con que la envolverían. Y Marlén que lo sabe, que conoce su poder, juega con el tiempo, con las situaciones, con la luz de los focos y con la paciencia de los clientes. El estriptis va culminando mientras vuela la música entre la piel desnuda de Marlén y el deseo viejo de los que la miran, sentidos e imágenes que se entremezclan, en armonía, cerca de los oídos y cerca de los ojos, con fuerza y obsesión…la fuerza de la carne, la obsesión de los depredadores.
Marlén se ha quedado tan sólo con unas bragas de color canela. La minúscula prenda apenas es perceptible desde la barra, donde Inocencio suspira embobado y Fernando mira con un ojo a su amigo, y con otro a la bellísima novia del doblador de dibujos animados. En este instante no parece pasar por la mente de Inocencio otra cosa que no sea la imagen de su chica, todo lo demás está larvado bajo el instinto. Marlén sigue bailando alrededor de la silla mientras la música y la letra sugieren lo que quisiera Inocencio, o al menos lo que podría suceder dentro de unas horas.

Caminos en el cielo,
misterios en el mar
y las sombras del desvelo
que me vienen a enseñar
cipreses que se mecen
con el viento nocturnal.
Y vibrando con el órgano
un preludio sin final.
Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez
y tu rostro tan sereno
con tu blanca palidez…

Aparece en escena un hombre que lleva parte de la cabeza vendada, sólo se le ven los ojos y parte de la nariz. Lleva un brazo sujeto al cuello con un pañuelo. Va cojeando ostensiblemente, de forma fingida y fatalmente interpretada. Va vestido con un camisón de color verde claro, de los que se usan para los enfermos que van a ser llevados al quirófano. El hombre llama la atención de Marlén, le hace señas con la mano que lleva libre y se sienta en la silla que figura en el centro del escenario.
Marlén comienza a danzar a su alrededor provocadoramente e inicia los pasos para ir desnudando al inquilino de la silla. El hombre es de pequeña estatura, delgado y poco musculoso. La joven quita primero el pañuelo que soportaba el peso del brazo derecho, acerca sus pechos a la cara del enfermo imaginario y roza con los pezones su nariz. Luego coloca la cara del hombre entre sus pechos, le coge las manos y se las lleva hasta el culo para que lo palpe. Se sienta sobre el personaje y se mueve como una serpiente por su torso. El hombre jadea y casi suplica en voz baja. La música sigue decorando el aire de la sala.

Llorando con el órgano
está mi corazón.
Entre mis manos te veo
a mi lado otra vez.
Y el rostro tan sereno
con su blanca palidez…

Inocencio observa cómo se mueve Marlén con una sensualidad de pluma de garza mientras quita el camisón verde al enfermo imaginario. Ve cómo roza su cuerpo contra el cuerpo del delgado actor porno que va rudamente depilado y ha dejado al descubierto un calzoncillo bóxer que ya comienza a abultar dejando entrever un extraordinario ariete. La joven coloca su culo contra el abultamiento y lo frota con rítmica armonía. El hombre echa la cabeza hacia atrás.
Desde la distancia, Inocencio observa y espera impaciente que Marlén quite el vendaje de la cara al hombre para ver si se trata o no de Marc Foster, su odiado agente. Pero de repente, es el hombre quien se levanta, voltea a Marlén, la obliga a colocar las manos sobre el respaldo de la silla, la acaricia con rudeza y mucha ansiedad, y besa su espalda hasta llegar a las bragas, las engancha con los dientes, tira de ellas con violencia hasta que el género cede y se rompe. Los clientes claman contra el cielo y lanzan gemidos exaltados, los más tímidos se mueven nerviosamente en las sillas. Inocencio tiene la sangre paralizada.
Ahora, los dos actores porno, bailan juntos en el escenario enlazados como lo harían una pareja de enamorados. Inocencio se quiere morir. Ella se despega del torso del hombre y manteniendo una mano cogida a la de su pareja ocasional, da vueltas a su alrededor, a la vez que con la otra mano comienza a deshacer el vendaje que cubre parte del rostro del hombre. Lo hace lentamente, cara a cara, dejando que las vendas caigan al suelo con su blanca palidez.
La lentitud de los movimientos de Marlén es exasperante. No termina nunca, parece que estuviese desnudando a la momia de Tutankamón. A Inocencio le encoleriza, su sangre está cambiando de color segundo a segundo. Sin embargo, al actor porno le excita y el ariete, que levantaba el bóxer, escapa ahora de su jaula de tela mostrando un volumen venoso y desproporcionado para el tamaño y la estatura del actor.
Inocencio hace ademán de levantarse y Fernando le coge por el brazo con firmeza.
—Tranquilo. No merece la pena. Están actuando.
Inocencio tiene todos los músculos en tensión menos el que el actor porno muestra más tenso, como una columna de mármol. Y la música se desliza entre los dos oponentes.

Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez.
Y tu rostro tan sereno
con su blanca palidez…

Dos cuerpos entrelazados, manos que se aprietan, bocas que se funden en besos que parecen ahogar al mismo tiempo…La venda ya casi está dejando al descubierto las facciones del hombre e…Inocencio masculla entre dientes…
—Parece…Parece…Pero no puede ser…
Y la música sigue incansable el movimiento de las sensibilidades y de las pieles.

Estrellas que se apagan
palomas que se van
pensamientos que divagan
y siempre aquel refrán
que suena en mis oídos
con la fuerza y la obsesión.
Y llorando en el órgano
está mi corazón…

La venda se desliza por completo y cae al suelo.
Inocencio ve el bigotillo fascista y el pelo engominado de Marc. Éste se ha girado bruscamente y ha colocado a Marlén de culo con el vientre apoyado en la silla. Se prepara para embestirla. Y la embiste como un toro verraco mientras babea como un cerdo ansioso. Ahora el sonido de la batería es también el sonido de las caderas de los actores, una contra otra. Miel y limón. Miel y limón. Los gemidos que se diluyen en la música y en la zozobra del hombre que está sujeto por las manos de Fernando.
Y de improviso, Inocencio salta como un gamo, se suelta de las manos de Fernando y corre hacia el escenario. El doblador de películas de dibujos animados imita a sus personajes, salta sobre las mesas, tropieza con las sillas, aparta violentamente a todo el que encuentra en su camino y va hacia su objetivo como un criminal poseso. Al llegar al borde del escenario pasa por encima de la barandilla metálica que lo protege. Lleva los ojos fijos en Marc Foster, va directo a por su yugular. Sin dar opción a que el actor pueda reaccionar, ocupado como estaba en disfrutar de la anatomía de Marlen, Inocencio le atrapa por los hombros. El actor porno se ve sorprendido por la furiosa acometida del hambre que ha llegado desde la barra en un abrir y cerrar de ojos. Inocencio agarra por el cuello a Marc, tira de él hacia atrás y le arranca de Marlén como quien saca un rábano de la tierra. Lo tumba en el suelo y cierra sus manos sobre el cuello del adversario como una guillotina de dedos encolerizados que hacen crujir los cartílagos del asaltado. Marlén grita y repite alarmada el nombre de Inocencio. Ella no le había visto hasta ese momento y teme por lo que pueda ocurrir, pero Inocencio no escucha ni los gritos desgarrados de su novia, ni ve las lágrimas que resbalan por su cara, ni escucha el clamor del público. Sólo ve a Marc, sólo siente todo el odio visceral que le abrasa el alma y que se proyecta en la fuerza de sus brazos con toda la ansiedad acumulada en los últimos minutos. El odio y la venganza salen por sus ojos como lágrimas de ira y de contrariedad explosiva que agarrotan sus brazos sobre la ya indefensa víctima.
—Maldito seas…Maldito seas…Muere cabrón.
Dos vigilantes de seguridad reaccionan inmediatamente. Al ver lo que estaba sucediendo en el escenario llegan a la carrera y cogen por los brazos a Inocencio, le golpean con fuerza en el estómago y le propinan varias patadas hasta lograr que suelte a su presa. Después siguen golpeándole con saña hasta que pierde el sentido y queda desplomado en el suelo. Marc sigue paralizado junto a la silla, tumbado con la boca abierta e intentado respirar.
Inocencio se encoge de dolor, apenas se mueve. Marlén grita con fuerza e intenta detener al vigilante que se aprestaba para golpear de nuevo a su amigo. Le pide por favor que no le pegue más, que es su novio, y se abalanza sobre él para impedirlo. El otro vigilante levanta del suelo a Marc y se lo lleva para el camerino. En la sala se ha formado un murmullo general, los clientes comentan lo sucedido con ironías y burlas seguidas de carcajadas. Fernando no ha tenido tiempo de reaccionar, todo ha sido tan rápido que aún no ha terminado la canción que sonaba desde el principio de la actuación. Y la música retoma el protagonismo perdido, primero con los momentos más eróticos de los actores, y después, con la trifulca ocasionada por Inocencio.

Entre mis sueños te veo
a mi lado otra vez
y tu rostro tan sereno

con su blanca palidez…


CONTINUARÁ...

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