lunes, 31 de marzo de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 23)



23


Fernando decidió entonces comentar a Inocencio que Ava Chueca le recordaba a su musa más querida: Ava Gardner.
—La Gardner sí que era una estrella. ¡Qué poderío! No hay adjetivos para calificarla en toda su magnitud. Podríamos utilizar todos los epítetos sinónimos de la belleza que existan en todas las lenguas conocidas y aún no estaría bien descrita. No habríamos abarcado su totalidad.    
—¿Tanto? —Preguntó Inocencio.
—Y más. Tuve la oportunidad de verla de cerca cuando estuvo en España rodando Pandora y el holandés errante. Fue en Tossa de Mar, un pueblo de la costa gerundense. Yo era un jovenzuelo que me ganaba la vida haciendo recados y que había viajado allí por consejo de un tío mío de origen catalán. Me enteré pronto de lo que sucedía. Y me picó la curiosidad porque se armó un gran revuelo en todo el pueblo cuando comenzaron los movimientos del rodaje y se desplazaron a la zona fotógrafos americanos, europeos y españoles. Se decía que la actriz vivía entonces un tórrido romance con el torero Mario Cabré. Aquello sería el inicio de una larga relación de la Gardner con España. Después compraría la finca La bruja en la Moraleja y formaría parte de lo que entonces se llamó “la dolce vita madrileña” de los años cincuenta.
—¿Y cómo la pudiste ver?
—Ya te he dicho que me ganaba las lentejas siendo chico para todo. Un día me colé en la zona donde estaban rodando. Pasé los controles fingiendo que venía de un bar próximo con un encargo para la actriz. Me dejaron ir hasta su camerino, situado en una rulot cerca de la playa. Llamé a la puerta y, con una naturalidad que me fascinó, me abrió la puerta y me dijo que pasara.
—¿Vaya suerte!
 —Y que lo digas. Su mirada era encandiladora. Habría seducido hasta al mismo diablo. Le dije que me habían mandado por si necesitaba tomar alguna cosa. Me dijo que esperase mientras lo pensaba y me preguntó que si podía ayudarla a maquillarse.
—¡Qué me dices!¿Y entonces?
—Todo el ardor de la adolescencia se me subió de golpe a la cara. Se sentó frente al espejo, estando como estaba, semidesnuda, sólo cubierta por un camisón de raso de color bermellón que dejaba a la vista sus muslos y un generoso escote. Me dijo que le sujetara el pelo por detrás y que le soplase por el cuello muy suavemente.
—Ufff.
 —¡Cuánto me costó poder hilar el aire! Nunca olvidaré la sensación que me produjo verla así, sin pudor, masajeándose los brazos y marcando sus labios con carmesí mientras yo soplaba por su cuello y espalda. Cada vez que podía la miraba de reojo al espejo, donde, como el animal más bello del mundo, se reflejaba el paraíso que enmarcaba su naturaleza.
—¿Qué pasó después?
—Después me dijo que le llevase una cerveza fría para cuando terminase de rodar la escena. Y me pidió muy amablemente que saliera, que necesitaba cambiarse para la siguiente toma.
—Me imagino la situación. ¿Y cómo reaccionaste?
—Allí comenzó mi fascinación por el mundo de los artistas. Su imagen me impresionó tanto que después me trasladé a Madrid e intenté verla en otras ocasiones. Guardo algunas fotos de ella en la cartera. ¿Las quieres ver?
Fernando saca su cartera y deja a la vista de Inocencio algunas fotos de la actriz en la plenitud de su belleza. Inocencio suspira al verlas.
—Sí qué era guapa.
—Más que eso. Daba gusto ver su melena revuelta, electrizada por la energía interior que producía su cuerpo. Sus cejas eran arcos diabólicos que tensaban las flechas del deseo. Tenía una mirada cálida, ardorosamente incendiaria. Te imaginabas acariciando su nariz o los pómulos, dejando que los dedos resbalasen por su piel para llegar a tocar la comisura de sus labios. Y te quedabas sin aliento. La mirabas y te perdías en el interior de su iris. Lo decían todo, todo lo que fueses capaz de interpretar. Su barbilla poseía un pequeño valle del que no lograbas salir vivo. Volvías a sus ojos almendrados, profundos y ya no sabías quién eras.
Inocencio toca con las yemas de los dedos las fotos raídas por los bordes y admira el magnetismo que producen, y la luz de un color sepia ajado que anida en los márgenes. Fernando sigue hablando de su musa.
—Su forma de moverse era perfecta. Ese equilibrio entre hombros y caderas, el talle ceñido, estrangulado, que realzaba sus caderas. Mira esta foto. Su labio inferior se derrama como una cereza madura bajo la gaviota roja que es su labio superior.
—Ya veo.
—Y en ésta… Mira su pecho exuberante, el mejor lugar para echarse a dormir después de quedarse exhausto.
—Maravillosa.
—Y en ésta otra, observa su melena oscura como las paredes del infierno invitándote a acariciarla, imagínala arrebolada como un mar de noche, invitándote a hundirte en ella. Tiembla y mira las perlas de sus dientes brillando, diciéndote: te voy a morder donde menos te duela.
—Hay que reconocer que era especial. Aunque quizás la tengas muy idolatrada. Mi Marlén también es espectacular. Es lo más grande para mí.
Fernando parece no escuchar a Inocencio y sigue hablando.
—Cuando entreabre los labios, dudas, no sabes si es sed de ti lo que tiene, si te va a beber de un sorbo o si se prepara para devorarte sin darte opción a que te conviertas en agua cristalina, agua derretida que comienza a evaporarse por el calor de su mirada. Y cuando sonríe, toda la fuerza expresiva de sus movimientos se condensa en el final de unos labios donde comienza la perdición de cualquier hombre que se precie como tal...    
En ese momento, la música del local sube de volumen, se enciende el foco central del pequeño escenario y aparece en escena Ava Chueca. Inocencio y Fernando dejan su conversación y vuelven la mirada al escenario con expectación.
La cantante camina lentamente sobre el escenario con unos ademanes exageradamente femeninos, saluda a unos y a otros, se acerca hasta el límite de las tablas del escenario, se inclina pícaramente y se vuelve hacia atrás orgullosa. No deja de pavonearse como si estuviese en su hábitat más natural. Inicia su actuación con un monólogo en el que cuenta cómo es la vida de un artista de cabaret en el siglo XXI. Luego cuenta unos chistes chabacanos, alguno un tanto sórdido y de mal gusto. Y hace imitaciones de algunos personajes de actualidad con mucho desparpajo. El público reacciona con sonoras carcajadas.
La de Chueca va vestida con un traje muy ceñido cubierto de pedrerías de color plateado. Va subida en unas plataformas de treinta centímetros. Lleva una melena postiza de un color negro azabache. Alrededor del cuello, y ensortijada en sus brazos, lleva una boa de peluche que, de cuando en cuando, lanza a los clientes mientras realiza muecas burlescas y gestos provocativos. Los hombres la vitorean entre risas y aplausos.
Cuando el púbico estaba ya entregado al gracejo de Ava, cambia de nuevo el color de las luces del escenario y el travesti se apresta para cantar un tema que interpreta de una forma muy particular.
Las notas de Camino verde irrumpen en la sala con un tono dulzón y melancólico.

Hoy he vuelto a pasar
por aquel camino verde
que por el valle se pierde
con mi triste soledad.
Hoy he vuelto a rezar
a la puerta de la ermita
            le pedí a la virgencita
            que ahí te vuelva a encontrar…

La voz de Ava llega hasta los oídos de Fernando como si fuese una onda mágica que trasforma la imagen de la de Chueca en la de la musa idolatrada por el viejo actor. Mientras tanto, Inocencio se está preguntando qué estará pensando ahora Marlén. Intuye que está muy cerca, que pronto la va a ver. Y duda de si podrá soportar las imágenes que se avecinan.
El número de Ava toca a su fin. Cambian las luces del escenario y el sonido de los aplausos rompe el estado de éxtasis en el que se encuentra Fernando. Los pensamientos de Inocencio se diluyen entre los espectadores y las mesas del local.  

Ava se inclina repetidas veces para saludar y agradecer las manifestaciones del público. Desde la barra, al otro lado del salón, Fernando e Inocencio la aplauden con admiración. La de Chueca se siente eufórica, con un gesto enérgico se enrosca al cuello la boa de peluche. Después sale del escenario entre sonoros aplausos y agudos silbidos.


CONTINUARÁ...

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Mariano Valverde Ruiz (c)

GESTO



GESTO

Permanece el espacio granulado.
La lumbre de tus ojos
desciende para susurrarme
desde las altas cumbres del deseo.

Junto a nosotros nunca vi olas tan promiscuas. 

En todas las esquinas de esta playa
se absorben transparencias de tus besos
como un gesto del agua nuevo y cómplice.
Sólo cuando la pólvora
de la noche se siente 
mojada por el lento rendimiento
del vino del océano
y sube la marea gris de la madrugada,
entonces el mar llaga con cautela
la curvatura oblicua de tus senos
para huir al interior del abandono
como gato embrujado.

Allí donde es proclama el viento del amor
tiene su codiciada sensación
el vuelo cicatero de tu ombligo.


(El deseo o la luz. Ed. Universidad de Murcia)
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Mariano Valverde Ruiz (c)

martes, 25 de marzo de 2014

LA SOMBRA DE MIGUEL EN EL ROSAL



LA SOMBRA DE MIGUEL EN EL ROSAL

Miguel escribe sentado sobre una piedra mientras el ganado pasta a su antojo en el paraje de la Rivera de Peramora. Ha abierto su cuaderno de tapas duras y con el lápiz de grafito despliega su esmerada caligrafía sobre el papel. Aún no sabe que hoy, antes de que el sol se oculte tras el horizonte, el sentido de su vida cambiará de forma irreversible.
La tarde del 9 de mayo de 1939 deja caer sus horas sobre una dehesa situada a pocos kilómetros de Aroche y cerca de su pueblo: Rosal de la Frontera. El joven Miguel salió temprano de su casa, situada en las afueras del pueblo, cerca del camino que utilizan pastores y arrieros para ir a Portugal. Lo hizo para conducir al ganado hasta donde se encuentra ahora, no muy lejos del río Alcalaboza. Ha pasado el día ajeno a los avatares de la guerra que ha asolado España. Él tiene poco que perder. Ya no le queda familia. Solo su ganado y sus recuerdos. Pero sus dieciséis años se mantienen en guardia por si aparecen los lobos, o alguna partida de soldados hambrientos.
La primera línea del primer párrafo es un encuentro con la memoria. Miguel intenta recordar cuál es el primer hecho de su vida del que tiene una imagen fijada en la mente y que pueda contar con palabras sinceras. Y recuerda a su padre ordeñando a una cabra para la cena de aquella noche perdida en un invierno no sabe cuántos años atrás. Y luego se ve sentado en el suelo, junto a otros niños de distintas edades, en una construcción de piedras y barro, con parte de la techumbre derruida. Frente a ellos recuerda la figura de un hombre menudo, de palabras pausadas y voz profunda, que les hablaba de un mundo desconocido. Era un maestro que había sido enviado por la República para alfabetizar al pueblo.
En la segunda línea del texto, comienza a darse cuenta del caprichoso desorden con el que fluyen los recuerdos. Ve una casa, un padre, una madre, ovejas que balan, cabras que remueven la broza y gallinas que picotean los rastrojos. Siente un día de lluvia. Una noche de miedo. Unos golpes en la puerta. Hombres que entran con estrépito. Los gritos de su madre. El sonido del fusil. El olor de la pólvora. Ve a su padre saliendo por la puerta con las manos atadas, perdiéndose en la memoria, ya nunca lo volvería a ver. Y sus ojos horrorizados regresan al suelo, ya manchado por la sangre de su madre. Cuerpo, tierra y sangre. Percibe el olor de la muerte, algo que jamás olvidará. Sabe que todo fue en 1936, pero no puede precisar en la línea del tiempo, el día exacto en que sucedieron los hechos que le dejaron petrificado bajo la cama, a sus trece años. Desde entonces vive solo. Y solo se mantiene alejado de cualquier persona que le pueda arrebatar lo único que le queda: su soledad.
En la tercera línea ya va penetrando la luz por la oquedad de los fonemas, conforma un espacio y les confiere sentido. La tarde en el paraje de la Rivera de Peramora va cayendo por la falda de los montes de la sierra de Huelva. El viento trae los fonemas, que salen de la boca del maestro de la escuela unitaria, como signos de conocimiento. Es un viento poético el que habla, el viento del pueblo. Es la voz de aquel hombre pequeño, de ojos negros y vivos, vestido siempre con su pantalón de pana y su chaqueta de lana, que le enseñó a escribir: olivo, almendro, trigo, alforja, mula. Y luego, más, y más, y más palabras. El espacio toma forma en su mente, es aquella vieja casa habilitada para la enseñanza. Y los sentidos van comprendiendo todo lo que estaba escrito en una enciclopedia escolar básica: la memoria del maestro Fermín.
Miguel sigue escribiendo al abrigo del sol. Los reflejos de algunos pensamientos van llenando la página de tristezas, de miseria y de sinsabores. Sólo en algunas ocasiones reflejan destellos áureos que maximizan hechos, o pensamientos, que forman parte de su pasado. Como el día aquel que fueron a recibir la bendición para la cosecha y sus señoritos le regalaron una moneda para que fuese un niño bueno y obediente. Él pensó que con aquella moneda compraban su conciencia. Entre los haces de luces de sus recuerdos aparecen con nitidez las alas de un gorrión perdido entre las zarzas del campo. Hoy quedan en su recuerdo dos alas rotas.
Junto a él hay una rosa silvestre que aporta aromas puros al aire. Una rosa roja.
Miguel mira la flor que tiene a pocos metros. Tiene un tallo de fantasía y múltiples pétalos de imaginación. Cerca de la rosa solitaria hay ortigas, hierbas salvajes que muchas veces han llenado sus manos de rabiosos picores. Y también cenizos que colman el horizonte de malos augurios. Como los que ahora decoran el horizonte de otro hombre que ha sido traído al pueblo desde Portugal la mañana del día 4, y que él no conoce, aunque lleve su mismo nombre.
Escribe sin cesar. Y así va llenando el cuaderno con las sombras de la miseria y de las carencias. Dieciséis son demasiados años de sombras, afiladas como espinas de jinjolero, sombras que han dejado heridas ocultas difíciles de cauterizar. Igual que las heridas de los interrogatorios que han hecho al hombre asustado que hace cuatro días vio como su sangre manchaba la celda.
El papel donde escribe es un balcón que va tomando forma. Un balcón donde se asoma a sus primeros años de vida. Levanta los ojos y mira hacia el frente. Nota en el rostro el brío húmedo de una tarde crepuscular. Presiente que el río de la poesía, del que hablaba el maestro en la escuela, se va acercando a su mar. Tan lejano aún. Tan desconocido. Igual que el mar que buscaba el hombre preso. Es su caso, la metáfora debió cobrar sentido cuando la madurez ya le llevara con el pelo cano, y ya supiese que todos los ríos van al mar, que es el morir. Pero el poeta es aún un hombre joven. Pocos años mayor que el que escribe sentado en la piedra. 
Miguel levanta la vista y mira el horizonte. Detrás de sus palabras quedan tan solo unos años de vida echados a la espalda como un serón lleno de jirones melancólicos, a veces maltratados por un sol sin sintaxis. Tal vez delante tenga una nueva forma de interpretar la vida. La del verde de la dehesa, la del azul del cielo. Pero aún no lo comprende.
Abre un paréntesis en el cuaderno para intentar retratar los años vividos, para dibujarlos, para sentirlos como si se tratara de un papel mojado que se perderá en el monte, o para interpretarlos como un espacio aún por llenar, abierto a las inclemencia del tiempo futuro.
Miguel no sabe que solo tiene hoy para cerrar el paréntesis y poner punto y aparte en el relato de su vida. Porque el destino le reserva un nuevo papel para su futuro.
El joven respira y vuelve a mirar por el balcón de sus palabras desde dentro, como le decía el maestro. Tal vez igual que lo hizo el poeta en su celda de Rosal de la Frontera hace dos días, cuando escribió a su esposa y le contó que estaba detenido, pero que estaba bien, ocultándole el dolor que sentía en todos los huesos como consecuencia de los golpes. Y es el interior de Miguel el que le redacta el primer silogismo de su existencia. ¿Para qué he nacido? Si estoy aquí debo de tener una misión en la vida. ¿Pero cuál?  
Del día en que nació no recuerda nada. Tampoco le han contado cómo fue.
Miguel reordena las palabras con la paciencia de quien reconstruye los años para entender el porqué del presente que vive. Las respuestas están en el tiempo clausurado, en esa presencia incorpórea, ni oro, ni incienso, ni mirra, que fue puro laberinto de la infancia. Lo hace del mismo modo que el poeta preso en la tarde del día siete mientras escribía un poema. El poema de un hombre encarcelado.
El otro Miguel, el poeta, buscó las palabras concretas y escribió que la afirmación del hoy está en aquel jardín de las fantasías del que trató de dibujar sus contornos, sus imágenes y sus sensaciones. Lo intentó sabiendo que estaba contrariando a la realidad, de la forma que mejor sabía, obteniendo de ella una visión parcial e interesada, describiendo el enigma de la guerra en un papel blanco, a base de trazos que también contenían algo de fantasía, de irrealidad, de mentira. Aquella tarde del siete de mayo, el poeta sabía que en toda mentira siempre hay algo de la esencia de la verdad. Que las falsedades nos las sirven a base de platos de dos colores. Y declaró bajo juramento, entre heptasílabos, que hemos de aprender del prodigio de la palabra para liberar la mente ante la opresión de la mentira.
Miguel, el joven de dieciséis años, ve que el sol va cayendo sobre el horizonte y que la sombra de un árbol, que había a unos metros de su espalda, ahora le cubre casi por completo. Observa el dibujo que la sombra hace en la tierra. Parece la figura de un hombre. Las facciones de la cara se pueden apreciar sobre el terreno.  El joven siente una punzada en el corazón y parece que un misterio oculto se le revela en ese instante. En su cabeza se proyectan las imágenes de un maestro de escuela que es detenido delante de sus alumnos. Los hombres que le empujan le llaman rojo, traidor. Le insultan y le pegan. Los niños no entienden nada. Los mismos hombres lo sacan de la escuela y le llevan a empujones hasta una prisión donde le dan papel y lápiz para que mande sus pertenencias a los familiares. Le dicen que de madrugada le llevaran de paseo a tomar “café”.  Después, la mente de Miguel escucha el ronco quejido de un camión, escucha el cerrojo de los fusiles. Y siente como si fuese en su propia carne, las punzadas de las balas que acaban con la vida del maestro.
Un escalofrío recorre el cuerpo de Miguel. Nota en sus carnes el frío de la caída del sol y parece reconocer en la sombra del árbol la imagen de Miguel Hernández, el poeta que su maestro Fermín mencionaba en la escuela unitaria. Es una sombra alargada que se aleja en el horizonte camino de la otra orilla de la montaña. Igual que ahora la sombra de Fermín. Y quizá, mañana, la suya.
Miguel inicia el camino de regreso a su casa recordando la cara de su maestro. La del poeta que hasta ayer estuvo en su pueblo, no la conoce. Cuando llega a su morada, su pequeña casa junto al camino, encierra al ganado en el corral. Luego ve un paquete junto a la puerta de su vivienda. Lo toma entre sus manos. Lleva el matasellos de correos de Rosal de la Frontera del día 9 de mayo de 1939. Lo abre con curiosidad porque no espera correspondencia de nadie.
Dentro hay una bufanda de lana de color marrón oscuro. La desdobla y encuentra unas hojas de papel. La primera de ellas es una nota firmada, las demás están atadas con una cinta de tejido, probablemente de una camisa.
La nota dice:
«Querido Miguel:
No tengo nada más que dejar, ni a nadie a quien escribir. Recuerdo que tú escuchabas con atención mis palabras. Y veía en tus ojos algo especial cuando hablaba de belleza, de libertad, de amor, de poesía…Por eso te envío estos poemas arrancados del libro de Miguel Hernández El rayo que no cesa. Entre ellos hay un poema manuscrito en papel de estraza que se llama “Hombre encarcelado”, lo conocerás porque tiene un dibujo del barco que Miguel Hernández pensaba tomar en Lisboa camino de la libertad. Este poema ha llegado a mis manos por azar del destino. Me lo  trajo anoche para que se lo leyese la mujer de Francisco Guapo, a quien se lo había regalado Miguel, por llevarle comida y ropa a la celda que compartía con su marido, en Rosal de la Frontera. Sé que tarde o temprano, los entenderás. Ahora es posible que solo dejen en ti un aura de misterio y quizá una profunda amargura.
Por azar del destino he coincidido con mi maestro, el poeta. Le trajeron detenido desde Portugal el día 4 de mayo y le han traslado hoy, 8 de mayo, a la cárcel de Huelva. Me han dicho que en su interrogatorio ha sido valiente, a pesar de haber sido torturado hasta orinar sangre. Que siempre ha dicho lo que pensaba y no lo que le podía salvar. A mí, ni siquiera me han interrogado, solo me han dicho que me despida de la escuela. 
Te deseo que construyas tu futuro siendo fiel a tus ideas, pero no confíes en quien no puede entenderlas. El terrible mundo que me arrebata la vida cambiará algún día. Quizá tú lo veas. Entonces recuerda mis palabras y las de Miguel Hernández. Y recuérdaselas a los demás. Es posible que den sombra a otros a quien abrase el sol de la intolerancia.»
Miguel quitó el lazo a las cuartillas, las desdobló. Y leyó la primera. Y la segunda. Y la tercera… Encontró el manuscrito. Palpó el tacto de la estraza y pudo oler la injusticia. Lo leyó. Y en ese momento supo que dedicaría su vida a enseñar cómo se escribe la palabra libertad.


28 de marzo de 2014
Con motivo del aniversario de la muerte de Miguel Hernández
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Mariano Valverde Ruiz ©

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 22)


22


Fernando sabe lo que dice cuando habla de la muerte. Las últimas palabras del viejo actor quedan colgadas en el aire, silenciadas por la súbita aparición de una voz grave que llama la atención de los clientes. Por los conductos de la megafonía interior se anuncia el inminente inicio del espectáculo de esta noche.
La sala está casi llena. Varios clientes, al igual que Inocencio y Fernando, están apoyados en la barra del local. Desde su posición tienen una buena perspectiva del escenario y pueden degustar el espectáculo en un discreto segundo plano.
La voz anuncia la intervención de Ava Chueca, dice que lo hará con un colorido espectáculo de luces y sombras. También presenta, como plato fuerte de la noche, el posterior número porno de una nueva pareja. Las luces del escenario cambian de tonalidad y consiguen centrar muchas miradas de los que, ya pasadas las tres de la madrugada, continúan esperando a la sombra de sus copas, con la compañía de algún amigo o amiga, o simplemente dejando pasar el tiempo porque a la mañana siguiente no tienen nada mejor en qué ocupar su energía.
—¿Quién es esa Ava Chueca? —pregunta Inocencio a Fernando que ha pedido otro coñac a cuenta de su amigo.
—Es un travesti del barrio madrileño que lleva por apellido. Se hace llamar Ava porque dicen que tiene un parecido especial en las facciones de su rostro con Ava Gardner. Ya sabes, la estrella de Hollywood de los años cincuenta y sesenta. Lleva los pechos operados y comentan que pidió especialmente que fuesen del mismo tamaño que los de la americana. Pasa de los cuarenta y ya se notan algunos de los implantes de silicona que lleva por el cuerpo, pero aún conserva un buen ver a pesar de las múltiples operaciones estéticas. Es muy graciosa y canta aceptablemente bien. Es un todoterreno del espectáculo.
—Veremos qué tal lo hace. ¿Y para el número porno de esta noche se anuncia a una nueva pareja. ¿Tú sabes algo? ¿Quiénes son?
—Ayer vi el espectáculo y me imagino que debe de tratarse de la misma pareja. Se trata de una rubia espectacular y de un actor ocasional. La rubia ya ha actuado otras veces aquí. El tipo se hace llamar Antoñito Oportunidades, aunque no sé si es su verdadero nombre.
—¿Antoñito oportunidades? No me suena nadie con ese nombre.
—Su cara me recuerda a alguien bien conocido en el mundillo teatral. Es clavadito a un tipo que ha tenido muchas ocupaciones. La más duradera, y que figura en su currículum, es la de representante de artistas. Pero en los últimos años ha sido también socio de varias constructoras que han quebrado y han dejado en la estacada a cientos de familias. Se le atribuyen algunas estafas, todas ellas sin demostrar, y también la convivencia delictiva con gente del poder. Seguro que si se escarbase en su vida se sacarían a la luz muchos asuntos turbios.
—Sí, esa historia ya me la conozco, está en todas partes. Pisos vacíos, estructuras a medio levantar, viviendas ofertadas y vendidas en planos que no llegarán a realizarse nunca. Especuladores del ancha es Castilla y para mí la carretilla. Y la cartera. Gentuza diversa y fauna sin escrúpulos que han dejado al país hecho polvo. Todos los que, viniendo de cualquier ocupación, creyeron que la construcción era un negocio rápido y suculento. Fueron los que pensaron que todo el mundo vendría a vivir a España, porque “España va bien”… Según nos vendían los políticos. Y ahora…¡País de mierda!
—Eso. Eso. —asintió Fernando a la vez que levantaba el coñac y bebía con delectación el oro viejo de la copa.
—Con la descripción que me das, la chica será seguramente Marlén, mi chica. Hace unos días que no la veo y no podría asegurarlo. Esta noche la he llamado varias veces y no me ha cogido el teléfono.
—Sí. Con ese nombre la anunciaron ayer. ¿No me digas que esa espectacular mujer…en el buen sentido de las palabras…es tu novia?
—Pues ahí estamos. Intentando entendernos. Ya ves, yo sabía que le había salido algo aquí, pero no hemos hablado de ello. Aquí ha hecho varios tipos de espectáculos, incluso ha trabajado de camarera, ¿pero de actriz porno…?
—Hay que ganarse la vida como sea —sentencia Fernando.
—¡Hombre! Dicho de esa forma… Podría entenderse. Mi coquito de fuego no atranca con nada. Es una luchadora. Y como tiene esa figura y ese cuerpo tan voluptuoso, ha hecho muchas escenas eróticas…¿Pero esto?
—No te preocupes hombre. Ya veo que se te cae la baba hablando de ella. Pero también se te nota una cierta inquietud, un rumorcillo de mala uva que amenaza con desestabilizarte.
—No. Es que me he quedado pensando.
—Vamos, que no lo ves claro.
—¡Oye! Has dicho que el chico de hoy, si es el de ayer, te recuerda a un representante.
—Sí.
—No será un tipo delgado, poquita cosa, físicamente hablando, de aspecto escuálido, con una cara de ratón hambriento, de nariz afilada, orejas de soplillo, bigote al estilo nacional-socialista y corte de pelo a navaja, que suele llevar engominado. Piensa un poco…Es inconfundible porque tiene un tic en la ceja derecha. Se le levanta de forma reiterada cuando se pone nervioso.
—Pudiera ser…Pudiera ser —contestó Fernando.
—Ése va a ser él. No quiera Dios que sea Marc Foster, el cabrón que me ha birlado el papel de Macbeth en una obra que se va a hacer en Móstoles.
—No te lo puedo confirmar.
—Va a ser Marc Foster. ¡Maldita sea!
—Tranquilo. No te precipites. El cualquier caso quiero darte un buen consejo. Si supones que pueda ser él, no veas el espectáculo. Vete a tu casa a dormir tranquilo. Mañana ves a tu chica y no le refieres el tema de esta noche a no ser que ella lo saque antes. Y como si nada.
—¿Por qué dices eso?
—A veces uno no sabe cómo puede reaccionar ante situaciones imprevisibles. En el fondo somos primates. Y pudieras complicarte la vida. Además de una mujer por medio, ese Foster te ha fastidiado seriamente, según dices. Son motivos suficientes para alejarse del lugar y evitar lo inevitable. Ojos que no ven, corazón que no siente.
—Ese tipo me sacó el dinero durante años, siempre con falsas promesas que nunca se confirmaron en nada concreto. Esta tarde me llama y me dice que he quedado segundo en el castin para el papel de Macbeth, que el papel se lo han dado a él. Ese papel que es el sueño de mi vida, la oportunidad para salir del anonimato y subirme al tren de la fama. Y ahora… Ahora es posible que vaya a pasarse por la piedra, delante de mis narices, y de todo el mundo, a mi propia novia. No lo puedo aguantar.
—No te aceleres tanto. Puede que no sea él. Además ya sabes que en nuestro trabajo la fama es un tren en vía muerta, tarde o temprano se acaban las traviesas.
—Me sube la sangre al cuello. Le retorcería el pescuezo como a un pollo. Y encima poniéndole las manos encima a mi Marlén. Pufff. Que no. Que no…
—Ya te digo. Lo mejor es que te marches.
—Ni hablar. Me quedo…
—Bueno, bueno…Pues luego no digas que no te aviso.

Fernando, que recordaba muy bien el espectáculo porno de la noche anterior, estaba seguro de que la pareja de la novia de Inocencio era el malicioso agente de representantes del que sospechaba el actor de doblaje. Por eso siguió insistiendo en que se marchase para evitar un mal trago. Sin  embargo, la tozudez y las negativas de Inocencio le hicieron cambiar de tema. El viejo actor de comedias no quiso forzar más la situación y decidió dejar lo que pudiese pasar en manos de la providencia.


CONTINUARÁ...

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lunes, 24 de marzo de 2014

LÁGRIMAS ALBINAS


LÁGRIMAS ALBINAS


Las alas del deseo sobrevuelan mi cuello,
me golpean los huesos y las células:
son proclives al viento del abrazo.

Terso como giralda entre tus piernas
deslizo mi osadía en tus plumas.
Espero al inminente desenlace
del  vuelo que nos tiene entretenidos,
tan firme como un mástil de grafito.

El cielo se deshace en gotas blancas,
es tormenta de lágrimas albinas
que cae en tu costado con premura.
Y germinan espigas plateadas
en los campos umbríos del silencio
que se impone después del aguacero.


(El fuego del instinto. Ed. Vitruvio)
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SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 21)



21


En el teatro las cosas no son lo que parecen y a menudo detrás de cada puerta siempre hay una sorpresa. Las puertas se abren y se cierran mientras el público fija sus ojos en quién sale o en quién entra. Las luces del escenario cambian para crear la atmósfera oportuna para la escena que se avecina. En ocasiones hay una música de fondo que anuncia un golpe de efecto. En otras, es el silencio el que crea la expectación. Pero siempre sucede algo imprevisto, o que, de algún modo, prepara a los espectadores para que pongan toda su atención en el personaje que va a entrar en acción.
El que dice llamarse Antoñito Oportunidades no ha esperado a que le autoricen a entrar para abrir la puerta y adentrarse en el camerino tan raudo como le han permitido sus piernas. Luce una sonrisa de oreja a oreja, como si de una máscara de Joker se tratase. Llega al camerino vestido de calle: lleva unos pantalones chinos color beige, suéter de pico de un blanco marfil, colocado sobre una camisa negra, y cubre su pelo con un gorro de negro, que posee un brillo similar al de los cuervos. Porta en la mano una bolsa de viaje donde guarda todo lo necesario para la actuación de esta noche. También lleva la ropa precisa para cambiarse después, y salir del local como un rey de los de antes, acorde con lo que su chulería le permita representar. Una chulería, que sólo es de fachada, porque en el fondo, otro gallo le canta.
—Vaya música de pena tenéis. A quién se le ha ocurrido poner estos tangos melodramáticos del siglo pasado.
—A mí —contesta Ava. ¿Qué pasa?
—Quita eso —dice el recién llegado.
Sin esperar a que Ava haga movimiento alguno, Antoñito se abalanza sobre el radiocasete con la inercia de la energía que trae. La cantante reacciona con celeridad y tira del aparato con violencia. El enchufe salta arrastrando la caja de registro de la red eléctrica donde estaba anclado. En el mismo instante se produce un chispazo seguido de la explosión de todas las lámparas que alumbraban el tocador y que se disponían alrededor del espejo como un collar de luces blancas. Se produce un apagón y solamente queda encendida una lámpara de pie con una luz muy suave y apenas perceptible que había en la esquina del camerino. La oscuridad es casi completa.
Marlén y Ava gritan asustadas. Antoñito saca su mechero y lo enciende. Siente el orgullo de los machos primitivos cuando creen ser la solución necesaria para solventar el miedo que sienten las hembras cuando no pueden ver el peligro que se cierne sobre ellas, algo que parece tener su origen en la oscuridad tenebrosa de las cuevas de la prehistoria. Antoñito no sabría explicarlo, pero se siente un ser superior, un chamán de la cueva en que se ha convertido el camerino en estos momentos.  Se coloca el mechero bajo la barbilla y dice con una voz que simula el eco de una llamada de ultratumba:
—Venid a mí. No os asustéis mis queridas hermanas de las tinieblas. Todo está ya escrito y guardado en los anales del destino. No podréis cambiar vuestro amargo final. Ja. Ja. Ja.
Antoñito ha pronunciado estas palabras con marcado ritmo y voz sobreactuada. Tiene los ojos muy abiertos, como si de un espectro se tratara. Y continúa con la broma.
—Dentro de muy poco, la muerte vendrá a visitar a quien no la espera.
—No seas payaso —dice Ava.
—La muerte traerá una pátina de tragedia para alguien que no se imagina que su final está próximo. Y con esa muerte, se desatarán todos los diablos del infierno, y habitarán las calles del barrio para arrastrar hasta sus brazos a los dueños de la noche.
—Quieres callarte ya —dice Marlén.
—Sí, Queridas brujitas. Sí… Por vuestras bocas correrá la sangre de las víctimas inocentes. Seréis las esposas del diablo, del insigne lucifer que os vendrá a visitar esta noche detrás de una capa. Ya os aviso.
—Como sigas así, yo me voy. Y a ver con quién actúas —amenaza Marlén muy enfurecida.
—Espera. Espera.
Antoñito coge del brazo a Marlén y le habla en tono conciliador.
—No te pongas así. Ahora llamo a alguien que venga a arreglar los fusibles y a cambiar las bombillas. Mientras tanto, poneos cómodas. Lo soluciono en un momento.
Antoñito sale al pasillo y llama al encargado de la sala con grandes gritos que retumban en las paredes como llamadas de auxilio. Cuando la voz atiplada del encargado le contesta desde algún lugar del fondo del pasillo, Antoñito le dice lo que ha ocurrido y le pide que lo arregle con urgencia. Después respira desahogado y vuelve a entrar en la habitación. Dentro del camerino, Ava y Marlén, se han acomodado en dos sillas situadas cerca de la luz de pie que ofrece una escasa penumbra a los rincones de la esquina.
—Ven y siéntate junto a nosotras. Ahora vamos a conversar en serio. Tengo que pedirte algo. —Dice Ava.
—Ya estamos —contesta Antoñito mientras se sienta en otra silla— ¿Tú dirás?
Ava guiña un ojo a Marlén mientras ésta se mueve nerviosa en la silla porque no sabe exactamente qué es lo que pretende Ava.
—Yo sé que conoces a mucha gente, o al menos, eso es lo que decías ayer. Además se te ve un tío cumplidor y con recursos. No te costará nada conseguir lo que me hace falta. ¿Tú me podrías en contacto con quien quisiera prestarme un dinerito que necesito para una operación de cirugía estética? Es poca cosa. Cien mil eurillos de nada.
Antoñito abre la boca como si no hubiese comido en una semana.
—Tú crees que si supiese quien tiene esa cantidad disponible para prestarla así como así, vamos, sin muchas garantías, iba a estar yo aquí. Los habría pedido yo y los habría invertido en algún negocio, que ideas no me faltan. Eso que me dices es casi imposible.
—¿Casi?
—Totalmente imposible. Se sale de mis posibilidades.
—Podías preguntar por ahí. Intentarlo al menos. Puede que alguien conozca a alguien que a su vez conozca a quien pueda prestármelo. Yo te estaría muy agradecida. De verdad de la buena. Inmensamente agradecida y te compensaría los esfuerzos generosamente.
—Ya.
—Es que no sabes cómo lo necesito. A mi edad tengo que cuidarme mucho. De ello depende mi trabajo. 
Marlén ha escuchado la conversación con el corazón en un puño. La imagen de Jeromo amenazándola ronda su cabeza como una guillotina con forma de chupa de cuero y botas con chapas metálicas. Y de repente, como si de la banda sonora del exorcista se tratara, comienza a sonar el teléfono móvil de Marlén en el otro extremo de la habitación. Se levanta y va hasta donde está el bolso. Introduce la mano y saca el teléfono. Lo abre y ve en la pantalla el número de Jeromo. Un escalofrío le recorre la espalda.
 —Disculpadme. Tengo que cogerlo.
Marlén sale al pasillo, camina durante unos pasos, se apoya con el hombro en la pared y pulsa la tecla verde del aparato.
—Sí. ¿Qué quieres ahora?
—Princesita, ¿cómo va todo? Ya ves que tu Rey no se olvida de ti. ¿Has hablado ya con tu palomito?
—No le he visto aún. Estoy en el trabajo.
—No me vengas con escusas. El tiempo se acaba. Y ya me estás mosqueando. Recuerdas lo que hemos hablado. No me gustaría tener que encargar un trabajito a alguno de mis amiguetes. Ya sabes que conozco a lo más granado del talego. Mueve el culo y consígueme el dinero. Pero ya…
Al otro lado del auricular se escucha el sonido de la desconexión del teléfono. Marlén se queda apoyada, tal y como estaba, durante unos segundos. Por la cara no le corre ni una gota de sangre. Está entre la espada y la pared. Su mente no es capaz de encontrar la solución adecuada. Oprime con fuerza el teléfono y vuelve sobre sus pasos al camerino.  Entra sin percibir que Antoñito y Ava conversaban en tono de confidencia, y se sienta en la silla que ocupaba antes de salir, como si todo su cuerpo pesase una tonelada. O se le estuviese cayendo el mundo encima.

Detrás de ella entra el encargado de la sala con un electricista. Saluda y les indica que faltan sólo unos minutos para que se inicie el espectáculo de esta noche. Dirige la mirada a Ava y le recuerda que ella va en primer lugar. Luego le urge para que, en el momento que estén colocadas las luces, se termine de arreglar. A Marlén y a Antoñito, les apremia para que estén dispuestos de inmediato, recordándoles que la actuación de la cantante sólo durará unos minutos y que seguidamente, sin más dilación, han de actuar ellos. En consecuencia, les sugiere que, cuando salga Ava del camerino para su interpretación, hagan el calentamiento oportuno para que su actuación sea lo más convincente posible.


CONTINUARÁ...

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viernes, 21 de marzo de 2014

EL LECTOR DIEZ MIL




EL LECTOR DIEZ MIL


Dice mi amigo Jesús Cánovas que el niño que hemos sido en la infancia es el padre del adulto que llevamos dentro. ¡Qué razón tiene! Podríamos redactar otras versiones de esa frase y todas tendrían esencia de la verdad que atesora. Pero es de justicia guardar la original en boca de quien la ha dicho.
Cuenta Jesús que en su infancia conoció la historia de un hombre que le hizo pensar en la veracidad de las palabras y en su mensaje primordial. Como yo no recordaba muy bien la historia, se me ocurrió plasmar primero la frase filosófica en unas letras de molde con la tecnología de Blogger, y después, para poder hablar con propiedad, le pedí a Jesús Cánovas que me fuese contando la historia original del hombre que dio origen al pensamiento, y que lo hiciese mediante post en mi blog.
El primer post que me envió relata lo siguiente:

«Juan era un niño que se pasaba los días cerca de las vías del tren. Le gustaba descubrir imágenes de fantasía en las piedras que cimentaban las traviesas de madera. En ellas encontraba dragones, vaqueros, indios, héroes y malvados. Solía recoger las piedras que le parecían especiales por sus formas y colores, y disponerlas en torno a unos cercados que realizaba con palitos y cañas, o brozas silvestres, de las que crecían cerca del camino de hierro por el que pasaba el tren.
El niño daba vida a las figuras que confeccionaba en su mente, inventaba relaciones entre ellas, conflictos y aventuras, incluso se planteaba si estaba bien o mal lo que hacían sus personajes. Comenzó a pensar que era necesario descubrir dónde estaba la esencia de la magia para poder jugar con las vidas de los seres que le entretenían, día tras día, cerca del tren.
Una mañana de primavera, mientras jugaba, como siempre, junto a las vías, vio cómo se acercaba el Expreso de Levante. Sus ojos se quedaron fijos en la imagen del tren, en las enormes cajas de zapatos enganchadas tras una máquina que rasgaba el cielo con mechones de humo, igual que bocanadas de un dragón que venía de otro mundo, y a otro mundo se iba. Había visto pasar al Expreso de Levante muchas veces, pero nunca como ese día. Notó un magnetismo especial que le hizo mantener su atención en el segundo vagón y en la tercera ventana del mismo.»

Después de leer este post, comencé a preguntarme, si acaso ese niño tenía algo que ver con otros niños que yo había conocido. Me llamaba poderosamente la atención la referencia a la magia. A menudo la inocencia nos hace creer en un mundo irreal, mágico. Pero, la inocencia suele jugar malas pasadas, a veces se paga con duelo. Yo conocí en mi infancia a otro niño que recibió golpes que le abrieron el corazón como una granada, y le convirtieron, a la fuerza, en un adulto prematuro, en un viejo a la edad en que debería haber sido un inocente con vida en manos de la magia. Aquel niño no pasó por un estado intermedio, no tuvo una transición a la madurez. El viento sopla de costado para algunos, les empuja, pero no les derriba. Para otros, se convierte en ventisca permanente que ofende al rostro que abofetea. Hay niños que notan demasiadas veces el impulso negativo, y también el frío devastador de las moléculas que componen el fluido del aire gélido, sus circunstancias les siembran el rubor de la tristeza en la cara. Afortunadamente no era el caso de Juan, como contaba Jesús.  
Y volví a pensar en la influencia de lo mágico. Pero no sabía exactamente a qué se refería cuando hablaba de aquella ventana y de aquel vagón. Así que tuve que esperar pacientemente varios días hasta que vi publicado el siguiente post.

«El tren pasó delante de los ojos de Juan como un vehículo que iba camino de un destino desconocido. El niño observó que, desde la tercera ventana del segundo vagón, salía volando un papel que el aire llevó acariciando el tiempo, hasta posarse delante de su pie. Antes de coger el papel en sus manos, Juan volvió a mirar en la dirección en la que había desaparecido el Expreso de Levante. Y sólo, cuando tuvo la certeza de que había desaparecido de su vista, se inclinó para recoger el papel.
Tras el primer vistazo pudo concretar que se trataba de un cómic de hazañas bélicas en el que había escrito a mano, con letras realizadas con pluma estilográfica, unas líneas de parecidas dimensiones. En total eran catorce. El texto se superponía a los dibujos del cómic en los que aparecían imágenes de la guerra de Corea. Y justo al inicio de la página, que sin duda había sido arrancada de la encuadernación original, figuraba escrita una frase que pudo leer con facilidad.
La frase decía: Debajo de cada traviesa del tren hay una historia oculta.»

Con esa frase enigmática terminaba el segundo post. Me entraron ganas de buscar el teléfono de Jesús y preguntarle cuál era el sentido que tenía el tren en su vida, porque poner al personaje de Juan junto a las vías, tenía que tener algo de relación con su propia existencia. Ya sabemos que la realidad supera a la ficción. Cada hombre, cada mujer, casa sociedad, cada cultura, aporta matices diferenciadores a la infancia, pero ninguno debemos eludir la responsabilidad del niño que llevamos dentro.
Yo he de conformarme con lo que me tocó en suerte. No puedo cambiar mis orígenes, ni mis vivencias. Tengo que ser consecuente con el pasado y extraer de la experiencia el lado positivo. Es preciso reflexionar sobre los hechos y mantener una actitud creadora para convertirlos en enseñanza y en virtud. Hay que mirar al presente con cara de póquer, guardando un as bajo la manga, sin que el destino, ese rufián que juega contra la vida al otro lado de la mesa, lo sepa. Cada vida es una historia, cuando menos. El tren que nos lleva pasa por encima y arrastra lo que encuentra hasta el olvido.  
Unos días más tarde apareció en la pantalla del ordenador el tercer post.

«Juan comenzó a leer aquellas catorce líneas. Observó que algunas terminaban en sonidos similares, cuando no idénticos, que tenían un ritmo musical, una extraña melodía que penetraba en el alma sin darse cuenta. Pero había palabras que no entendía. Se dio cuenta que para conocer aquella historia oculta era necesario conocer palabras nuevas. Ese día nació en él la afición por descubrir palabras, el gusto por buscar expresiones que le hiciesen más comprensible cualquier historia que pudiese encontrar en las traviesas del tren.
Juan dobló la hoja de cómic con el texto manuscrito en su bolsillo. Lo hizo con la esperanza de descubrir algún día lo que aquellas catorce líneas querían decir. Miró a su alrededor. Aspiró el aire. Se dejó llevar por el sonido de los cantos de los pájaros. Miró las nubes y se alejó con ellas en el cielo, igual que un pájaro que buscase la arquitectura de su propio vuelo. Y deseó conocer el porqué de cada enigma que encontrase en su vida.
Entonces comenzó a caminar junto a las traviesas de la vía.»

Jesús dejaba claro en este post, que el niño había descubierto que su futuro era el de las palabras, y que iniciaba el camino tras ellas. Yo volví a recordar a otro niño, un niño que se sentía un árbol insignificante plantado en medio del campo. Y no hay árbol sin raíces, ni sin un lugar donde las raíces toman conciencia de la tierra que les alimenta. Esos nutrientes son las sustancias que le hacen crecer, ya sean dulces o amargas.
Quizá hoy ya comprenda al árbol solitario. Está necesariamente inserto en un paisaje. Lo entiendo, por yermo y desamparado que se encuentre. Soy cómplice de su naturaleza noble y de su estriada madera. La misma que luego es traviesa de las vías del tren. Unas traviesas donde el pasado se transforma en geometría, y debajo de  las cuales, un papel se convierte en rectángulo donde el alma enmarca una ilusión. Tal vez, después se esfume en el aire, como si se tratase de los restos del humo de la máquina de vapor del Expreso de Levante del que habla Jesús en la historia de Juan. El humo de los sueños.
El último post de la historia de Juan que contaba Jesús Cánovas Martínez, me llegó la madrugada del día nueve de marzo, sobre las cero horas y tres minutos. Era el lector diez mil del blog, y tras leer un relato, había escrito el final de la historia del niño que se había convertido en padre del adulto que llevaba dentro.

«Pasaron algunos años caminando junto a las traviesas para que Juan comprendiese que lo que había encontrado escrito en aquel cómic era en realidad un soneto, un poema que le invitaba a descubrirse a sí mismo, a hablar del amor, de la experiencia, de la muerte… Y para ello debía escribir nuevos poemas con las hojas de papel que encontrase a lo largo de la vía del tren. Y así sucedió en su edad adulta.
Juan recuerda aún el día que escribió el primer soneto. Tuvo la sensación de que el Expreso de Levante ya no pasaría más por las vías que le llevaban hasta cerca del mar, de que quizá, él debía detenerse en una estación más próxima al corazón, y dejar que fuesen los poemas los que siguiesen caminando por las traviesas de la vía. Una vía con destino hacia lo desconocido. Tal vez hacia la eternidad.»

21 de marzo de 2014
Relatos
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SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 20)



20


Fernando Gómez se mesa la barba con lentitud mientras parece reflexionar sobre lo que acaba de decir. Quizá también él esté huyendo de su pasado, aunque le gustaría, como ha dicho hace un momento, encontrase de cara con sus fantasmas para enfrentarse a ellos. Inocencio deja la vista perdida en el poso de la copa de coñac de su amigo. Ambos son víctimas de la profunda derrota, la desgracia que supone no alcanzar sus principales objetivos, sus ambiciones, sus deseos. Inocencio despierta de la momentánea zozobra, llama al camarero y pide otra copa de coñac para Fernando y una cerveza para él.
—Invito yo —dice Inocencio mientras saca la cartera, desdobla y sopesa un billete de veinte euros que reinaba en solitario entre los pliegues de su billetera—, tenemos que sentirnos vivos. Brindemos por nosotros, es preciso impedir que nada ni nadie destruya las alas que llevamos dentro.
—¿Vivos? Yo ya casi no sé lo que significa estar vivo. Me arrastro día a día por la calle en busca de alguien que me conozca para hablar de teatro. Y agonizo por dentro. Los gritos de esa agonía jamás se escuchan. Tampoco se leen en ninguna cartelera.
—Uff. Cómo está tu ánimo. Bebe. Levanta la copa.
—Si ya lo dijo mi admirado Fernan-Gómez, “hacemos un viaje a ninguna parte”. Somos cómicos zarandeados por la miseria. Hacemos reír mientras lloramos por dentro. Pura farándula.
—Hay que reconocer que el viejo maestro tenía razón en muchas cosas. Pero también somos parte de la conciencia de este país. Somos necesarios. Podemos satirizar a la sociedad, y a los demás seres humanos, porque somos capaces de reírnos de nosotros mismos.
—Quizá —matiza Fernando—. Ayer tarde mientras caminaba por la Gran Vía me paré en una esquina porque estaba un tanto fatigado y eché la vista al cielo. Me entretuve durante unos minutos mirando las formas de las nubes, su evolución en el escaso cielo que dejaban ver los edificios. Estuve buscando parecidos con el mar y con la vida. Y sabes, sólo vi humo. Nada más que humo. Ni siquiera pude encontrar semejanzas con el color del mar, ese azul energético que trasmite vitalidad al contemplarlo.
—No sé qué decirte. ¿Te cuento un chiste?...
—Ni lo intentes. Hoy me lo ha contado la vieja bruja de la pensión donde vivo. Me ha dicho que si no le pago esta semana me desahuciará como a los que ve en la tele. Y yo le he contestado que vaya llamando al banco, que es el dueño de mi cuarto. La bruja se ha ido refunfuñando y maldiciendo mi estampa porque sabe que hace poco me enteré que había invertido los ahorros en no sé qué acciones preferentes de un banco y lo ha perdido todo. Para calmarla, le he dicho que no se preocupe, que yo siempre pago, no como los que tienen dinero.
—Jajajaja. Qué fácil es compartir la alegría y cuánto cuesta sentir la tristeza de otros.
—No es tan difícil. Imagina que cae una gota de agua delante de tus pies y que es todo lo que han destilado tus sueños.
Inocencio alza la cerveza y bebe un trago. Intenta imaginarse cómo se siente su amigo. Luego piensa en el presente, en la oportunidad que tiene para cambiar su futuro. Y le pregunta.
—¿Qué habrías hecho si hubieras sabido que tu única oportunidad en la vida para conseguir tus sueños se había escapado cuando dejaste marchar a tu amiga vedette con todos tus ahorros?
—No me lo recuerdes. Lo he pensado algunas veces. Esa maldita mentirosa me jodió. Lo que entonces era amor fue después odio, luego impotencia, y ahora una triste desilusión.
—¿La habrías matado cuando comprendiste la magnitud del engaño?
—Tal vez. ¿Pero por qué me preguntas eso?— Fernando vuelve la cara hacia Inocencio y le mira fijamente a los ojos.
—No. Por nada. Porque alguien me dijo una vez: bien puedes cuidarte de quien sea capaz de convertir sus defectos en virtudes. Y los que mienten bien se aprovechan de ello.
—Asesinar a alguien es algo muy serio. Es adentrarse en un mundo enigmático y perverso. Aunque introducirse en la identidad de lo desconocido resulta tan atractivo como sentir miedo a la oscuridad y apagar las luces de la habitación conscientemente. Si alguien te jode hay que tener paciencia.
—Cada día resulta más difícil tener paciencia —sentencia Inocencio mientras levanta la cerveza para dar un trago largo que le sabe a pura amargura.
—No sé aún por qué sacas este tema a relucir. Pero, mira… en la vida hay un camino que comienza con el primer paso. En ese camino estamos todos los días, haciendo camino, como nos dijo Machado, recorriendo la senda que jamás volveremos a pisar. Y es mejor, si es posible, tender la mano a quien camina a nuestro lado para que sus pasos sean más seguros. Quien nos la juega, al final siempre encuentra su merecido.
—Quizás tengas razón.
—Yo sé que tú eres un enamorado de la obra de Shakespeare. Recuerda lo que le sucedió a Macbeth —Fernando golpea reiteradamente con el dedo índice sobre la barra.
—Lo recuerdo. Es mi personaje favorito. Pronto lo haré…
—Si no recuerdo mal, Macbeth mató a Duncan porque así lo había decidido para colmar su ambición. ¿Viste la versión de Orson Welles en el cine?
—Claro que sí. —Asiente Inocencio con la cabeza y sigue hablando—. Al igual que en las versiones teatralizadas, de las que he visto multitud, se presenta a Macbeth como un ser nacido para matar. El personaje reflexiona en voz alta y nos va explicando lo que piensa con total claridad. A veces nos parece un ser inocente.
—No sé qué te diría. ¿Inventamos realmente un mundo de inocencia para Macbeth? ¿O es un mundo de maldad dramática y un camino directo para llegar al desenlace final?
—No. Nada de eso. Yo creo que el verdadero Macbeth es muy ambicioso, no repara en nada para conseguir sus objetivos, no tiene escrúpulos, es un ser atormentado, inflamado totalmente por sus bajos instintos. Un pobre diablo.
—Depende de cómo se interprete. —Duda Fernando, hace una breve pausa y continúa—. Las palabras trasladan a la voz del actor toda la belleza del arte. Lo que se escucha en el personaje es el sonido del dolor, de la angustia, el hombre sufre por alcanzar su objetivo más codiciado.
—Eso es lo que me gusta. Pero la fuerza de Macbeth se va diluyendo a medida que avanza la obra, como si fuese muriendo poco a poco, sucumbe en cada escena porque cada vez habla menos.
—No olvides que Shakespeare muestra la ambición también en Lady Macbeth, su desmesurado deseo de convertirse en la reina, que la presenta como la instigadora del crimen. Y que quizá sea la auténtica culpable de los hechos y Macbeth un simple instrumento en manos de la mujer.
—¿Cómo se vería el papel de Lady Macbeth en su tiempo? Me hubiera gustado conocer las opiniones de los espectadores —se pregunta Inocencio dejando la frase en el aire como colgado de un hilo imperceptible.
—La obra no fue publicada en vida del autor. Sí fue representada. La publicación data de 1623 y las primeras notas que demuestran su representación datan de la primavera de 1611. Quizá hoy veamos a Lady Macbeth con otros ojos, estando como estamos, acostumbrados a tanto crimen, a tanta traición, a tanta intriga por conseguir el poder.
—Cuando las brujas predicen a Macbeth que será rey, él lo da por seguro…Parece que hubiese esperado que alguien le anunciara lo que ya latía en su interior. Macbeth dice: “que esconda el rostro hipócrita lo que conoce el falso corazón”.
—Pero en el momento de la verdad, duda. La buena imagen del rey Duncan le hace pensar en cómo se considerará el asesinato de tan buen rey. Y ahí interviene Lady Macbeth, con el engaño, haciendo que parezca que son otros los asesinos. Es ella quien proyecta la forma de realizar el crimen y nunca se asombra de su maldad, ni rebate a su marido —Fernando deja la copa que mantenía en la mano después de beber.
—Así es.
—Cometido el crimen, muertos también los presuntos culpables, Macbeth se dispone a eliminar a su amigo, el testigo de la predicción de las brujas y a quien éstas le dijeron que sería padre de reyes.
—Después hace su presencia el miedo. Los remordimientos crean monstruos. Aparecen los espectros que persiguen al asesino, quizás recreaciones de su propia conciencia. Todo desemboca en un final fatal para el asesino.
—Macbeth es un instrumento en manos de las brujas, del destino que ellas rigen, le hacen una burla a la realidad. La brujería y las alucinaciones se convierten en los acicates y principales motivos de las acciones de Macbeth. Unas brujas que sólo ve él.
—Es un cobarde —dice con firmeza Inocencio—. Todos los cobardes huyen cuando el miedo les calza los pies.
—Aunque al final recobra la fortaleza y lucha contra ese miedo cuando pelea por su vida contra Macduff antes de que éste le corte la cabeza. Macbeth muere con cierto honor.
—Yo insisto en la idea. Todo es un juego del destino. Un juego divertido para las brujas que mezclan en sus pócimas toda clase de maldad.

—La muerte —Fernando vuelve a alzar la copa, bebe, chasquea la lengua, reflexiona como si presintiese algo sobrehumano y pronuncia en voz baja—. Siempre la muerte…


CONTINUARÁ...

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