lunes, 10 de febrero de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 9)


9

Inocencio pasea como un loco por la habitación donde trabaja. Habla solo, es consciente de que nadie le escucha. Tampoco tiene quien le dé la razón, ni quien le rebata sus opiniones. Las personas que trabajan en el mismo estudio hace horas que terminaron su tarea y el último en salir le dejó las llaves para que cerrara. —¡Miseria de vida!— exclama. Y continúa llenando las paredes con las ondas expansivas de sus palabras.
 —A veces las cosas parecen complicarse por cuestión de brujería. Y las brujas existen. ¡Ya lo creo! Alguien me dijo una vez que somos un rebaño cuyo destino está en manos de las brujas. Y aseguraba que las brujas comienzan a amamantar los corderos desde pequeños con leche que mana directamente de la teta de la ignorancia. No les interesa que piensen mucho para que no se salgan del rebaño. Después les dan un pienso a base de pan de conformidad y sometimiento. Mientras siguen creciendo les aleccionan, condicionan y predestinan. También les van poniendo un original concepto de libertad como escudo para sus flaquezas: es una coraza de falsedades que todo lo ampara y acoge, un instrumento más para el control del rebaño. Las brujas lo hacen en defensa de los que verdaderamente tienen libertad y absoluta impunidad para conseguir lo que desean, que no son precisamente los corderos. Paralelamente a esas acciones deliberadas, y siempre en nombre de la sagrada libertad, las brujas mandan callar al que se oponga a la vida que les regalan, o al que discrepe con los cuidados de las meigas. Y si todo esto no fuese suficiente, entonces  las brujas siempre señalan a la oveja negra del rebaño con el dedo acusador. El resto de los corderos quedan listos para el sacrificio y para el comercio de sus almas inocentes. Eso sí, se hace todo con mucha benevolencia por parte de las favorecedoras de hechizos y los corderos más necesitados son objeto de la caridad de los que pueden permitírsela. Y a estos últimos, que son la mayoría, se les da a elegir  entre los productos más económicos del supermercado, para que no digan que no pueden ejercer su libertad. ¡Qué cosas!...
El doblador de películas cierra los puños y sacude la cabeza.
—¿Y si la vida fuese así? ¿Y si el equivocado fuese yo? Me rebelo. Vaya enfado estoy cogiendo yo solo. Marlén dice que este mundo está hecho así, que no hay forma de cambiar nada. Que sólo nos queda el recurso al pataleo.
Se relaja y das dos vueltas sobre sí mismo igual que hacen algunos de los personajes animados que dobla cuando van a transformarse.
—¿Y si me hubiese hechizado una bruja? Recuerdo que una vez tuve un sueño en el que una bruja me decía que haría en la vida algo señalado por lo que obtendría una cadena de oro que sería mía durante treinta años…
Inocencio se pasa la mano derecha por la frente como si estuviese secándose un sudor inexistente. 
—Creo que empiezo a necesitar una cerveza. Miro la posición de las agujas de mi reloj de pulsera. Lo hago primero de soslayo como si fuese uno de esos corderos que antes aparecían en mi pensamiento y después de frente y con firmeza, con la tozudez de una oveja negra. Es ya muy tarde para comenzar a doblar de nuevo. Pero aún no es demasiado tarde para terminar la jornada sin horario que tengo cada día. Sin horario reglamentado… Que es hasta que pueda, hasta que mi garganta aguante. ¡Miseria de vida!
En la obra del poeta inglés, las brujas de Shakespeare advirtieron a Macbeth de parte de los hechos que le iban a suceder. Inocencio anhela encontrase con una bruja que también le advierta a él de su destino. No se da cuenta de que la vida ya lo ha hecho. Y que tal vez también le hayan advertido las circunstancias de su vida sobre las escasas posibilidades que posee de mejorar su futuro, pero él aún no quiere reconocerlo.
—¿Será Marlén mi brujita? No, ella no me haría daño.
Inocencio piensa que entre las magias de las brujas está la facultad de profetizar y de saltar en el tiempo con la facilidad con que lo hace una mota de polvo por el aire. Por tanto, cree que en cualquier momento se va a ver frente a ellas, y que su presencia va a cambiar el destino que tiene asignado. Inocencio sufre de una alucinación momentánea. Ve en la pared la silueta de una figura oscura bebiendo lo que parece ser un cuenco con sangre, su propia sangre. Y aunque su mente vuela hacia los territorios inexplorados de los sueños, sin embargo, aún le quedan algunos destellos de cordura:
—Lo que importa es hoy y es ahora —, se dice—. ¿Dónde estará mi Marlén?
Ha pasado casi todo el día encerrado en la habitación donde trabaja. El tiempo sigue decantando las gotas inaprensibles del tedio. Pero no es así exactamente cómo se siente. Su estado es una mezcla de cansancio, aburrimiento y hastío. Tiene la percepción de estar en un callejón con pocas salidas.
—¡Miseria de vida!
En un arrebato de mal humor decide ir terminando la tarea de hoy. Ahora va a parar el motor del proyector, a cerrar el sistema del ordenador, a desconectar los enchufes de la mesa de mezclas. Y finalmente va a mandarlo todo a dónde los aromas no son precisamente los del jazmín, el galán de noche, los limoneros, o las rosas del huerto de su infancia.
Su mente no descansa, sigue activa, no puede desconectarla como ha hecho con todos los instrumentos eléctricos. Inocencio se vuelve a preguntar qué decía el gato Mico. Reflexiona sobre cómo era el trasfondo que había en aquellas palabras.  No olvida la sensación que tuvo al escucharlas hace un rato. Y le vuelve a bombardear el cerebro el soniquete de la frasecita dichosa:
—Ya no queda de qué hablar. Eso será, pienso yo, si no queremos enfadar a nadie, que no es bueno tener enemigos. Ya se sabe: haz amigos que los enemigos vienen solos. Y además uno nunca entiende por qué.
Busca la botella de agua y bebe un trago.
—Claro que queda de qué hablar. Las cosas no son hoy iguales que ayer. Es verdad que los temas son los mismos de siempre, que sólo se presentan con algunas variantes. Para los actores, hablar del tiempo y su inexorable paso, del amor, de la muerte, o de la experiencia, es nuestro signo definitorio. También lo es transmitir la información de los sentimientos, el hastío, el vértigo, y tal vez, la esperanza. Un actor tiene que hablar de todo lo que concierne al hombre. ¿Qué nos dirían los griegos si no lo hiciésemos?¿Dónde están las raíces de nuestra cultura?
Inocencio recuerda los orígenes del teatro clásico.
—Hoy parece que hemos olvidado de dónde venimos y cuál es el origen de nuestra cultura. Y sería bueno que recordásemos nuestros orígenes. Y no seamos tan soberbios.
Vuelve a beber agua.
—Creemos saberlo casi todo pero aún seguimos preguntándonos qué es el amor. Yo también me lo pregunto cuando pienso en Marlén. Y dudamos. Quizá amar sea dar sin esperar nada a cambio. No lo tengo claro, ¿qué sería yo sin recibir nada de Marlén? Tal vez amar sea recibir el legado inmaterial de lo que hemos dado. O quererse a uno mismo en la naturaleza de los otros. O entregarse a los demás y complementarse en ellos…
Respira pausadamente.
—No sé. ¡Hay tantas posibilidades de entender el amor como seres vivos andamos por este planeta! Y el entorno también condiciona. Ahora vivimos en una sociedad cada día más excluyente, menos favorecedora para que se desarrolle la comunicación sincera y para que se produzca el encuentro íntimo; las personas tienen más dificultades para que se pueda consolidar el amor de verdad.
Inocencio considera todas las distracciones que nos roban el tiempo necesario para dedicar lo mejor de nosotros al amor.  

—Hoy el sexo cibernético rinde pleitesía a la soledad. La celeridad del tiempo y el ritmo vertiginoso de nuestras vidas, provocan que el amor y la procreación también sean aplicaciones informáticas, o experimentos de la genética en vidrio, elección a la carta del color de ojos y del género de los descendientes… o vaya usted a saber qué nos traerá el futuro. Y no hemos pensado en la ética de la clonación, ni en sus consecuencias. ¿Dónde se va a quedar el verdadero contacto entre dos almas complementarias? Algunas de estas cosas y otras semejantes, se las comento a Marlén de vez en cuando, y ella me dice que estoy equivocado, que debo confiar en lo que ha sido siempre parte de nosotros, que nada podrá sustituir a los sentimientos, ni el ordenador más futurista. Por cierto, tengo que llamarla. No sé dónde andará esta noche. Y cada vez me están entrando más ganas de verla.


CONTINUARÁ...

Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)

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