jueves, 27 de febrero de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 13)



13

Todos buscan su verdad entre las sombras. Marlén y Ava no son la excepción de una regla que se cumple inexorablemente entre todos los humanos. Un cielo oscuro ha quedado fuera del cabaret, un cielo que va acariciando los rascacielos de Madrid con láminas de humedad. Dentro del local es otra clase de cielo el que cubre los pensamientos y da cobijo a las más ocultas obsesiones. Entre las paredes de La nuit algunos encuentran la templanza necesaria para ser ellos mismos. Y lo hacen sin percatarse de que todos forman parte del espectáculo de la vida.
Marlén entra al camerino que comparte con Ava. Aún tiene bastante tiempo para maquillarse y prepararse para la actuación de la noche. Lo hace con la confianza de que las horas venideras le hagan encontrar la salida adecuada para el dilema que se debate en su interior. Ava ha llegado hace más de media hora y está sentada junto al tocador. Las dos bellezas son minúsculas golondrinas en la noche madrileña que vuelven siempre al nido de las luces y los colores. Viven de su imagen y, siendo tan deseadas saben, que muchos las envuelven en sus sábanas cuando llegan a casa, y que lo hacen como una rebeldía contra su rutina. Eso les proporciona la fortaleza precisa para dar rienda suelta a los papeles que tienen que interpretar.
—Buenas noches artista —saluda Marlén, lo hace con una sonrisa un tanto forzada, pero sincera en cuanto al afecto que siente por Ava.
—Buenas noches “plofiteloles” —contesta con cierta ironía la cantante. La llama con ese calificativo cariñoso desde que la conoció. Ella estaba sentada en la mesa paralela a la de Marlén en un restaurante de Chueca,  cuando, de repente la escuchó discutir acaloradamente con un camarero chino porque había pedido profiteroles de postre y le habían servido otra cosa. Marlén protestaba airadamente y el oriental le repetía, una y otra vez, que no tenía “plofiteloles” que tenía “galetas de la suelte”. Después, Ava se acercó y le ofreció tomar unos profiteroles con chocolate en su casa.
—¿Qué haces?
—Pues aquí, cosiendo el vestido, intentando estrechar el talle que se ha ensanchado con el uso y no me queda bien.
—¡Qué apañada eres!
Ava mueve con orgullo las manos. Va alisando el trozo de tela donde realiza el pespunte y lo deja sobre la leja del tocador con mucho mimo. Luego toma una aguja y la clava sobre una esponja rosa del tamaño de una mandarina. Lo hace con un ritual primoroso, como si estuviese a las puertas del cielo y de ello dependiera entrar o no. Después, escoge una bobina de hilo del interior de una caja metálica de las que se usaban como recipiente para galletas. Es un hilo dorado y brillante que simula un rayo de luz en la habitación. Desenrolla un trozo de aproximadamente medio metro y lo corta con los dientes. Muerde y humedece la punta del hilo con saliva para conseguir que sea aún más fino. Coge la aguja con la cabeza hacia arriba y mira al trasluz para ver con exactitud dónde está el orificio por donde ha de pasar el extremo afilado del hilo. Apunta con la otra mano como si se dispusiera a realizar la suerte suprema de los toreros. Y luego mueve con sigilo la mano derecha hasta que consigue ensartar el hilo en el ojal.
Marlén observa la maniobra de Ava en un silencio con matices románticos. Se deja llevar por las palabras y la música que salen de un pequeño radiocasete, una reliquia que la cantante lleva consigo desde hace años como si de un amuleto de la suerte se tratara. “Tú, tristemente tú, me dijiste cuando me marché, que de amor ya no se muere”, suena la música dulzona en el fetiche de Ava. Es una vieja melodía italiana que envuelve la atmósfera del pequeño camerino con los colores de la Toscana. Marlén escucha las palabras de la canción. “Cuánto cuesta confesarlo”. Y asiente. “No podrás mentir”. Y se muerde las uñas. “Si de amor ya no se muere, algo en mí se morirá”. Y entorna los ojos buscando un rayo de luz en las sombras, acaso el rayo que ha dejado la hebra de hilo de Ava. “Nuestra historia tiene mal final”. Y la tristeza se rompe en su interior como un tiesto de cerámica.  
—Ya está. Ahora unas puntadas por aquí y otras por allá. En unos minutos estará listo para una prueba. Si me queda bien, entonces lo coseré a conciencia. Ya verás qué chulo.
—Ese vestido de volantes te va a estar muy bien. Y con los arreglos vas a parecer la reina de La nuit.
Ava ríe con profunda satisfacción.
—Si es que soy muy manitas para esto de la aguja. Ja. Ja. Ja.
La cantante se deja llevar por lo que en ese momento suena en el radiocasete y canta moviendo las manos como si de gaviotas en la costa de Venecia se tratase.
Vuela que vuela y verás que no es difícil volar…La, la, la. Será porque te amo.
—Te podrías ganar la vida de modista.
—¡Vaya que sí! Y más ahora que vuelven a estar de moda.
—¿De moda?
—Sí, por dos razones. Una por la crisis de órdago que padecemos y que nos está haciendo regresar a los tiempos de la posguerra. Y otra, porque parece que todas quieren convertirse en una costurera espía, como la de esa novela de éxito.
—No me extraña. A quién no le gusta el lujo y la elegancia. Y más si somos mujeres que venimos de la nada.
—A todas nos gusta presumir y sentirnos guapas. Y deseadas…¿No?
—Claro…—Contesta Marlén con una cierta levedad en el vuelo de sus palabras. A su mente acude de inmediato el problema que le quema las entrañas.
Ava, que es muy receptiva, ha notado el matiz de las palabras. Entre puntada y puntada, no pierde de vista las expresiones de su amiga. La encuentra distraída y alejada, metida en su mundo. Piensa que algo le sucede pero sabe que no debe presionarla para que hable.
—Estás muy guapa esta noche —dice Ava—. Bueno, como siempre. ¿Qué daría yo por ser la mitad de hermosa, coqueta y femenina que tú eres.
—No seas exagerada. Si ya sabes que tú eres guapísima.
—Qué va, tú eres más. Con ese garbo que tienes. ¡Qué envidia me dan los hombres que te tocan!
—¿No estarás celosa?
—¿Yo? ¿Cómo voy a estar celosa? ¿No has visto qué palmito tengo?
Ava se levanta y se mira al espejo. Se mueve con gracia mientras en el radiocasete se escucha: “Ven claridad y no vuelvas a escapar. Vuelvo a su esclavitud. Ven claridad llega ya…” Se pone las manos en la cadera y se gira hasta colocarse de perfil derecho, y luego izquierdo, alternativamente. Se observa con devoción en el gran espejo del tocador. Después sube las manos acariciando su cuerpo hasta colocarlas debajo de los pechos. Los levanta y sopesa. Ríe con profunda satisfacción.
—No ves qué argumentos tengo yo para conquistar a los hombres. Podría rendir todo Madrid a mis encantos. Por cierto, ¿cómo llevas tú tus conquistas?
Marlén sonríe, pero un rictus de amargura se asoma a sus labios con el aire de una capa siniestra. Ava no puede soportar más tiempo la presión de la curiosidad y le pregunta directamente.
—¿Qué te sucede? ¿Algún problema de amores con Inocencio?
—No. No es nada… Es que me duele un poco la cabeza.
—Ya… Eso te lo soluciono en un momento. Te voy a dar una aspirina disuelta en un vaso de agua…¿Has comido algo? No…¿Verdad? Pues voy a pedir un poco de comida china para las dos. Rollitos de primavera y cerdo agridulce…¿te parece?
Marlén asiente.
Ava tiene la certeza de que a su amiga le sucede algo grave o de lo contrario le hubiese contestado que a ella no le gusta el cerdo agridulce, que prefería arroz tres delicias. La cantante intuye el posible dolor que su amiga siente por dentro y se acerca con ternura hasta colocarse por detrás de su asiento.  Comienza a acariciarle el cuello y a masajearle los hombros. Nota la tensión acumulada entre las fibras musculares de su amiga, las rodea con los dedos igual que a un arbusto de espinos, con miedo a herirse.
—Vamos, cuéntame lo que te sucede…Te sentirás mejor. Acuérdate de que somos la una para la otra…¿O no? Y de que nada puede con nosotras…
Marlén se deja acariciar en silencio. Ha sacado el teléfono móvil del bolso y lo ha conectado. Ve que tiene varias llamadas perdidas. Comprueba el número y ve que se trata de Inocencio. Duda entre si llamar o no. La inquietud le paraliza. Y guarda de nuevo el teléfono. Ava también ha podido ver la pantalla iluminada del móvil con el nombre de Inocencio y el número cinco.

Las dos se quedan en silencio como si se dejaran llevar por esa verdad desconocida que ambas andan buscando. La voz armoniosa de un cantante italiano trepa por el aire igual que una enredadera: “Te odio y te amo. Mil mariposas que mueven las alas haciendo el amor… Yo te amo… Y ahora recuérdame… Hazte rogar un poco antes de hacer el amor… Yo te amo”. 


CONTINUARÁ...

Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)

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