jueves, 13 de febrero de 2014

SIN ESCAPATORIA (Versión blog, Parte 11)



11

Después de hacer un gesto instintivo para buscar el teléfono móvil, los ojos de Inocencio se detienen en un pequeño insecto que yace muerto junto a una de las esquinas de la mesa.
—La muerte sigue siendo el gran tema. Nos asalta día a día en todos los rincones del planeta y se percibe bajo todas sus formas. Por eso es mejor no insistir en conocerla, en comprobar su cercana certeza. Tarde o temprano nos alcanzará. Entonces uno puede ser enterrado o incinerado. Incluso hoy es posible que tus cenizas viajen al cosmos por un módico precio. Te mueres y las penas quedan para siempre, igual que cenizas espaciales, perdidas en un abismo sin final, sin posibilidad de retorno.
Inocencio suspira mientras ve la mosca muerta en el suelo.
—Existir, lo que se dice existir, sólo se existe mientras te recuerdan. Me viene a la memoria una imagen en el cementerio de Hollywood. Una vez estuve allí honrando a las viejas glorias del cine. Mientras paseaba por los pasillos centrales vi cómo, al fondo, en la segunda tumba de la izquierda, varias mujeres ancianas acercaban sus labios pintados de rojo hasta la tumba de Rodolfo Valentino. La escena me impresionó.
Inocencio compara la insignificancia de la mosca con la dimensión del recuerdo de los mitos.
 —Los mitos permanecen. Viven más allá de la muerte. Quizá la muerte, en algunas ocasiones, sea en pasaporte para el reino de los mitos. Un reino que es de esta tierra. La muerte es entonces un precio que hay que pagar para comprar una pequeña porción de eternidad. Un intercambio de vidas ¿Pero de qué forma?
El estómago del actor vuelve a reclamar su recompensa por haber aguantado tantas horas sin comer nada. Ya tiene experiencia en eso. Intenta olvidarlo por unos minutos y sigue divagando como un eremita.
 —Los actores también tenemos que hablar de la experiencia, de la del hombre en general y de la nuestra en particular. La experiencia es el tiempo mismo. Y el tiempo se alarga mientras la vida se acorta. Pasa. Pasa. Pasa.
Inocencio suspira al pensar en su propia experiencia vital.
—La experiencia se desliza día a día por una alfombra mullida sin que percibamos la solución de continuidad que existe entre los pliegues de esa alfombra y el suelo que acogerá nuestros huesos. Aparentemente no tiene límites. Pero nuestro tiempo, el de nuestra existencia, sí que tiene un límite concreto.
Inocencio piensa en el tiempo que le puede quedar de vida. Y un matiz de inquietud se dibuja en sus ojos al comprobar que no sabe cuándo puede terminarse su tiempo.
 —He de conseguir mi objetivo antes de que se acabe mi tiempo, he de representar a Macbeth antes de que desaparezca ante mis ojos la existencia, antes de que mi vida sea una liebre huidiza sin forma de ser apresada, detenida, inmovilizada. La vida se va con toda la certeza de lo que nunca vuelve.
El doblador de películas mira el reloj.
—Ya es muy tarde…El tiempo, siempre el tiempo y su condena.
Inocencio vuelve a mirar su reloj.
—Es muy tarde pero aún me quedan cosas de qué hablar, y las quiero decir ahora que no me escucha nadie, que solo me oyen las cuatro paredes de este estudio.
El hombre respira y lanza sus deseos al aire.
—Soy un actor que busca obra y escenario. A ser posible Macbeth y un teatro de la Gran Vía. Así que, como hacen los demás actores hablaré de los matices, de las pequeñas diferencias, de las zonas más desconocidas del género humano, del misterio y de lo inefable. O interpretaré el silencio. Después de todo, hablar por hablar, es pura falacia, un vaho de palabras que enturbia las mentes como un cáncer sin materia… ¿Dónde tengo el teléfono? …Sí. Tal vez sea mejor respetar el silencio. O la voz en off tras el telón. Tal vez sea mejor retirase y hacer mutis por el foro… La nada… ¿Qué estoy pensando?... Sí. Yo soy un actor. Un actor que se gana la vida doblando películas de dibujos animados. Un actor que quiere ser grande. Con ambiciones. Que no se resigna al fracaso. Un actor que no se calla. Quizá esté equivocado y ya no quede de qué hablar, pero es necesario seguir hablando, aunque al final sigamos sin saber nada. Tal vez, algún día, encontremos un nuevo veneno que nos agarre por el cuello, que nos estimule las mentes y que nos acerque a la vida con pasión o con misterio.
Como si de pronto hubiese sido sacudido por el latigazo eléctrico de la urgencia, comienza a moverse con celeridad yendo de aquí para allá sin parar de colocar cada cosa en su sitio.
—Ya está bien por hoy. Está todo recogido. Voy a apagar las luces y a salir por la puerta como alma en pena. Ya es tarde. Huelo a sardina enlatada. Hay que tomar una cerveza y cenar algo. Se me fue el santo al cielo. Pensaremos en todo lo anterior mañana.
Justo antes de cerrar la puerta que da a la calle en el edificio donde ha estado trabajando, comienza a sonar de forma insistente un canario de tonos agudos y metálicos.
—¡Vaya! Ahora suena el móvil… Estaba en el bolsillo superior de mi chaqueta. Cómo no me había dado cuenta antes. Ha estado aquí desde que me la quité esta mañana, totalmente inactivo durante más de doce horas, como si estuviese sin batería, o quizá mecánicamente muerto. O lo que es peor, como si yo no existiese para nadie, o a nadie importara, o a nadie preocupara, a nadie, a nadie… Y ahora que termino la jornada de trabajo va y suena…¿Quién será?
—Sí
—…
—¡Hombre! Cuánto tiempo sin noticias tuyas. No te enfadarías con lo que te dije la última vez que hablamos. Ya sabes que eres mi agente artístico favorito. Tienes algo ya para mí. ¿Qué me cuentas?
—…
—¿De veras? No me puedo creer que yo sea el segundo seleccionado para el papel de Macbeth en la función de la asociación de vecinos del barrio.
—…
—Ya. Pero soy el segundo. ¿Quién es el primero?
—…
—¡Ah! Entonces no debo tener ninguna oportunidad.
—…
—Bueno. Otra vez será. Y dices que…¿Cuánto te debo?...No se oye… Parece que se corta… Hay inter…fe…ren…cias. Pi. Pi. Piiiiii…
Inocencio desconecta el móvil y lo guarda en el bolsillo mientras masculla insultos a media voz.
 —¡Maldito aprovechado! La carcoma de la venganza corretea otra vez en mi mente. Aggg…Macbeth. Macbeth. Macbeth… Veo un puñal ensangrentado flotando ante mi mano y quiero asirlo por el mango con toda la fuerza que el odio genera en mis músculos. Es un espectro. Es un fantasma. Es una señal. Una tragedia. Una traición… Mi agente dice que fue a él a quien eligieron como primera opción para interpretar a Macbeth. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo es posible que tenga tanta cara? Si yo soy el mejor actor posible para dar vida a ese personaje. Si yo soy mejor. Si yo soy. Yo…
El actor de doblaje camina enfurecido mirando alternativamente hacia al suelo y hacia delante mientras gesticula como un poseso.

—De mí no se ríe nadie y menos ese agente del tres al cuarto. Creo que voy a tener que hacerle una visita para poner las cosas en su sitio. ¿Dónde estará ahora? Buscaré su domicilio en la guía… Y parecerá un accidente, como en las novelas de género negro, sólo que esta vez será verdad.


CONTINUARÁ...

Novela corta
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Mariano Valverde Ruiz (c)

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