lunes, 30 de diciembre de 2013

DÍA LIBRE


DÍA LIBRE


Nada perfecto permanece demasiado tiempo.
Mi mujer entra en el dormitorio como un torbellino que ha acelerado la velocidad centrífuga de las partículas que lo forman mientras fregaba los platos de la cena, y sacaba brillo al cristal de la cocina. Sube la persiana de golpe, con el propósito definido de joder la marrana, valga la expresión mundana para añadir un toque de cachondeo delicado a la acción deliberada de mi querida esposa, y sin darme tiempo para protestar me espeta sin consideración los buenos días.
—Levántate ya.
Acto seguido, sin echar mano a un diccionario de sinónimos para aclararme la orden y arrojar algo de luz a la expresión imperativa que rebota por las paredes de la alcoba huyendo como un corzo malhumorado del resplandor que traspasa la ventana, tira del edredón y deja al descubierto las bondades de la pereza.
—Son las diez de la mañana.
Después pierde un poco de su tiempo recogiendo el pijama mientras masculla no sé qué rosario cristiano, mahometano o judío. ¡Maldita la gracia que me hace!
—¿Quieres levantarte de una vez?
No me mira, ni repara en las abundancias matinales del frasquito que guarda las esencias. La tercera extremidad amenaza con rebelarse contra la tela que le cubre y oponerse a la servidumbre del sueño. Pienso que es una oportunidad de oro para pasar la mañana y dejarse de gaitas. Pero todo queda en papel para embalar una decepción tras unos segundos de notar el frío, o más bien, el hielo polar, que se cuela por la ventana soplando de cara a la lascivia.
—¿Es que no trabajas hoy?
No —le digo—, tengo el día libre.
La escucho refunfuñar. Luego se mueve con celeridad de una punta a otra del dormitorio. Parece pregonar la indignación como consecuencia de mi desocupación. Me parece entender que hace planes para descolgar unas cortinas, cambiar el lavabo de sitio, reponer las lámparas fundidas, y no sé qué más tareas para llenar mis horas de asueto. ¡Cómo si uno estuviese para tanto trabajo recién despertado!
Creo que en el fondo se alegra de tenerme en casa para poder machacarme como a un ajo seco. No le daré ese gustazo. No se puede ser perfecto, hay que dar una de cal y otra de arena para mantener un clima de incertidumbre en la pareja que la mantenga viva. Si no, ya sabes, por uno o por otro, llega el aburrimiento y se acabó.
Me visto en dos saltos. Me tomo un café, sin azúcar para no utilizar los segundos que son necesarios para servírmelo y a la calle.
Decido ir al bar para leer el periódico. Cuando llego hay muy pocos clientes. El camarero, que parece haber comido lengua esta mañana, comienza a contarme que hace tres meses que no le pagan, que no llega a fin de mes y que su situación es muy compleja porque le han avisado que le van a echar de su casa. Me pide una ayuda para estas fechas navideñas. Le doy los cinco euros que llevaba para comprar tabaco y me despido antes de que siga contándome desgracias.
Cojo el metro en la primera estación que veo para ir a la biblioteca a ver si allí puedo leer el periódico tranquilo. Después de pasar dos estaciones nos anuncian que hay una avería en la red y que tendremos que bajar en la siguiente. Cuando salgo a la calle veo que está cortada por una manifestación y que me será imposible llegar andando a la biblioteca. Así que, decido buscar un sitio donde sentarme y dejar pasar el tiempo sin hacer nada.
Apenas llevo cinco minutos sentado cuando suena el teléfono. Es el jefe de la redacción. Con pocas palabras me dice que lamenta molestarme en mi día libre pero que la noticia marca el ritmo de la actualidad y que he de trasladarme al polo norte donde Papá Noel se ha declarado en huelga de hambre porque le han recortado el presupuesto para juguetes. Me dice que apremie y que vaya directo al aeropuerto para tomar el primer vuelo. Le digo que si está de broma. Y me contesta que la broma será despedirme si no voy a cubrir la noticia.
Tras cinco horas de vuelo, con el estómago reclamando su diaria manutención, me veo en una caravana de periodistas camino de los aposentos de Papá Noel. Fotografío, entre empujones y codazos, la fachada de su casa. Hay cientos de pancartas rajando de los sistemas políticos, blasfemando al liberalismo y contra la hipocresía. Saco primeros planos de todos los mensajes. Me pongo a la cola de los periodistas que quieren entrevistarle. Entre unos y otros decidimos que nos pasaremos las declaraciones que dé al primero que consiga llegar hasta su lado. No va a ser fácil. Hay un cinturón de policías que no deja avanzar a nadie.
Es noche cerrada. El tiempo apremia. Ninguno ha conseguido hablar con el huelguista. Algunos han sugerido que sea sustituido por los Reyes Magos. Otros piensan en ampliar la jornada a Santa Claus. Hay quien opina que los nomos podrían hacer su trabajo. Y yo, a estas horas, me acuerdo de lo que estará pensando mi mujer. Le había prometido un lavavajillas para Navidad. Si Papá Noel no se lo lleva, me veo fregando platos toda la vida. Y con alguna fuente en la cabeza.
De repente se escucha un murmullo que va creciendo entre las filas de periodistas que estamos apostados frente a la casa de Papá Noel.
—¿Qué pasa?— pregunto. El compañero que hay delante de mí se vuelve y me dice:
—Parece que todo se arregla. Alguien, no se sabe quién, le ha convencido para que reparta equitativamente lo que tiene, y que no se pierda la ilusión por el futuro. Ha tomado la decisión después de leer una carta.
Ya en el avión, he redactado mi artículo lo mejor que he podido y lo he enviado al redactor jefe con urgencia. Misión cumplida.
Con el alba del nuevo día estoy en casa. Mi mujer duerme a pierna suelta. Me meto en la cama. Se despierta y me dice:
—No te oí llegar. Ya estás despierto. ¡Magnífico! Quedan dos horas para que te tengas que ir a la redacción y podemos aprovecharlas. Sabes qué le he pedido a Papá Noel para ti. Un maravilloso maletín para reformas domésticas. Y le puse en la carta: como no me lo traigas le diré a Mamá Noel que te ponga los cuernos con los Reyes Magos.



24 de diciembre de 2013
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Mariano Valverde Ruiz (c)            






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